INMIGRACIÓN La insalubridad y la falta de recursos empeoran la salud de los simpapeles
Médicos del Mundo denuncia los múltiples problemas físicos y psíquicos que sufren los recién llegados a la frontera sur española debido a la deficiente acogida en los centros habilitados.
«Conseguí un pantalón y un calzoncillo semanas después de llegar. Cuando llovió, las aguas fecales entraron en la carpa, entonces me fui a vivir a la calle porque que la situación no podía ser peor que la que había en el centro». Este es el testimonio de Younes, un joven marroquí que llegó a Canarias tras un agonizante viaje en patera, achicando agua durante seis días, y que tras pasar por varios centros de acogida ha preferido malvivir en la calle antes que sufrir hacinamiento e insalubridad en estos lugares.
Como él, muchos otros inmigrantes sin papeles llegados a Canarias
o a los enclaves de la frontera sur de España sufren unas condiciones de vida tan precarias que su estado de salud se resiente, según denuncia el informe La salud
naufraga en la frontera sur, presentado ayer por Médicos del Mundo.
Ansiedad, insomnio, dolores de cabeza y espalda, estreñimiento, vómitos, diarreas, sarna y hongos son las enfermedades más frecuentes debido a que si el sistema de acogida «hace años que se encuentra infradotado y sin un protocolo adecuado». Como alertó el Defensor del Pueblo en 2018, el incremento de llegadas en 2020, causado por la pandemia, ha desencadenado «una respuesta improvisada y descoordinada en la habilitación de espacios que no cumplen las condiciones mínimas para una estancia digna», según la oenegé.
En 2020, hubo 23.000 llegadas a Canarias, el 75% más que en 2019. En Melilla, 2.000 inmigrantes estuvieron bloqueados durante el confinamiento duro, lo que hizo que un centro de estancia temporal con 780 plazas tuviera que albergar a 1.700 personas. El estudio no incluye la reciente crisis migratoria con Marruecos en Ceuta, pero se han producido situaciones similares.
«Es difícil hacerlo peor»
Los espacios habilitados ofrecen mala alimentación y no disponen de suficiente agua potable, inodoros y duchas, según los testimonios. Además, los simpapeles tienen que dormir en catres, sin intimidad y con un ajetreo constante que les impide descansar. «Es difícil hacerlo peor, les hacemos enfermar y no les curamos», denunció Nieves Turienzo, presidenta de la oenegé.
Los inmigrantes llegados en los últimos meses tienen un estado «crítico de salud mental», dado que cargan con el sufrimiento por la decisión de emigrar y, tras viajes peligrosos, ven que su situación está muy alejada del ideal europeo. «La falta de expectativas, de información y de apoyo psicológico convive con el miedo a ser repatriados», señala el informe, que liga esta situación a la falta de intérpretes que permitan a los simpapeles comunicar sus dolencias físicas y psíquicas a los sanitarios.
«Cuando una persona viene sufriendo tras una travesía muy dura, hay que atenderla con humanidad y dignidad. Pero las condiciones de acogida no han servido para reparar ningún sufrimiento, sino para crearlo –añadió Inmaculada González, responsable de Migración de la oenegé en Canarias–. Prima la lógica del control de fronteras a la humanitaria». Según Yousef, enferman más «psicológicamente» que físicamente. «Cuando no hablas con tus padres, se asustan. Cuando hablas con ellos, empiezan a llorar y tú lo pasas mal. La ausencia de nuestros padres nos destruye psicológicamente», confiesa.