Parodia de sí misma
‘El otro guardaespaldas 2’
Hay secuelas cinematográficas miméticas. Esta es una de ellas. Cámbiese un poco el registro del villano: en El otro guardaespaldas 2 era un dictador interpretado por Gary Oldman, y en esta nueva entrega es un multimillonario griego encarnado por Antonio Banderas, cuya cruzada particular contra la Unión Europea por hundir económicamente a su país tiene cierta gracia, la verdad. Pero más allá de este malvado de opereta y de algunos gags diseminados a lo largo de 100 minutos, El otro guardaespaldas 2 es una de esas mezclas que no acaban de combinar bien entre cine de acción y comedia. El balbuciente guardaespaldas al que da vida Ryan Reynolds y el asesino a sueldo que encarna Samuel L. Jackson vuelven a unirse, más por las circunstancias que por el convencimiento. Tienen de aliada a la mujer del segundo, una Salma Hayek más histriónica de lo que su personaje, ya grotesco, demanda.
Y así, entre tiroteos, persecuciones, engaños y bromas -a las que no escapa ni el mismísimo Morgan Freeman, en un personaje curioso pero desaprovechado, ni una psiquiatra agobiada por las inseguridades del protagonista-, se sucede a un ritmo endiablado un filme que luce más músculo que sustancia. La parodia del cine de acción no ha cesado desde que a James Bond le salieron competidores más hedonistas e irónicos, como Matt Helm o F de Flint. Aquellas películas se reían con cierta clase -aunque con demasiada misoginia- de los mitos hegemónicos en el relato de intriga y espionaje. El otro guardaespaldas 2 tiene menos referentes en los que reflejarse y, de un modo u otro, acaba riéndose de sí misma.