Un encuentro sin sorpresas
Palacete de Villa La Grange, Ginebra, entorno idílico que nos retrotrae a grandes citas históricas, este es el lugar donde se produjo la primera reunión bilateral entre Putin y Biden desde la toma de posesión de este último a principios de 2021, en un momento en el que las relaciones entre ambas potencias no se encuentran en el mejor de los momentos.
No existían grandes expectativas. Ambos líderes perseguían una puesta en escena de que es posible hablar manteniendo las formas. Ninguno habló de llegar a acuerdos, ni de negociación ni de conciliación de posiciones. Pero en lo que ambos coinciden es en la necesidad de establecer unas relaciones fluidas que sean predecibles y sostenibles, aunque sea desde el desacuerdo.
Muchos son los temas en disputa. La crisis en Ucrania, la anexión de Crimea, la situación en Bielorrusia; la protección de los derechos humanos de los disidentes o los ciberataques y las fake news. Ninguno de ellos se iba a resolver en esta reunión, y ninguno se resolvió.
Lo mejor, la vuelta de las relaciones diplomáticas entre ambos países, simbolizado en el regreso de ambos embajadores a sus respectivos destinos. Se acordó en estar en desacuerdo, Biden style. No se renuncia a ninguna línea roja, pero se puso de manifiesto el abc de las relaciones internacionales, la necesidad de diálogo, algo que muchos habían olvidado. Ha sido esta la semana de puesta de largo europea de Biden. Las fotos con Johnson y sus nostalgias irlandesas; la foto del regreso de las relaciones transatlánticas con la UE tras el Brexit; la escenificación de la cohesión de la Alianza Atlántica con una graciosa concesión a España y ayer la vuelta a la cordialidad disidente con Moscú. Una semana que Biden ha utilizado para contar sus planes en materia de política exterior y de seguridad y que la UE ha recibido con los brazos abiertos. Biden con paso firme, sin levantar la voz, ha dado un paso al frente y ha dicho que Estados Unidos está de vuelta.