La primera vez que se usó el término
turno ya podían declamar «el aire es frío» sin que a nadie se le escapara la risa en la platea.
Poco a poco, los aparatos de aire acondicionado se fueron esparciendo como una mancha de aceite, primero por Estados Unidos y luego por otros lugares del mundo. Ahora mismo en ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Córdoba o Málaga ya hay más viviendas con refrigeración que sin ella.
Ahora bien, Carrier no es el único protagonista de esta historia. Hay otro mucho más olvidado pese a ser vital, Frederick McKinley Jones, un mecánico autodidacta nacido en Ohio que en 1938 fue capaz de diseñar un sistema portátil de aire acondicionado para vehículos. Aquel invento fue crucial durante la Segunda Guerra Mundial, porque gracias a él se podía transportar comida fresca a las tropas y proporcionarles medicinas y reservas de sangre manteniendo todo a la temperatura de conservación óptima. Después del conflicto, aquellos aparatos se comenzaron a instalar en los vehículos de transporte civiles y esto revolucionó el mundo de la logística.
A diferencia de Carrier, Jones no vio reconocido su trabajo en vida y no fue hasta 1991 –cuando ya hacía 30 años de su fallecimiento– cuando se le concedió la Medalla Nacional de la Tecnología de EEUU a título póstumo.
Al igual que ocurre con las grandes obras, los personajes secundarios son imprescindibles para que las historias funcionen. Gracias a Carrier tenemos la casa fresca, pero sin Jones no podríamos disfrutar de un buen helado.
n