El Periódico - Castellano

El riesgo climático también cotiza

Los máximos dirigentes de Blackrock, Naturgy y Repsol reconocen que los modelos de negocio de las grandes compañías deberán renunciar a parte de sus beneficios para combatir la crisis ecológica.

- GABRIEL UBIETO

«El capital ha despertado y empieza a entender que el riesgo climático es un riesgo para los inversores». Esta frase no es de un activista de Greenpeace. La pronunció el vicepresid­ente de Blackrock, Philipp Hildebrand, ayer en la segunda jornada del Cercle d’Economia. Un hombre que es el número dos de un fondo de inversión que en el 2020 ganó 4.932 millones de dólares y gestiona una cartera de 8,68 billones de dólares. El Cercle acogió ayer una especie de catarsis colectiva, en la que los máximos dirigentes de multinacio­nales como Naturgy y Repsol intercambi­aron pareceres sobre la enésima refundació­n del capitalism­o para adaptarse a la era poscovid y la urgente crisis ecológica por la que ya transita el planeta.

«Da lo mismo cuánto dinero público se invierta y, sin embargo, ninguna cantidad de gasto público será suficiente para hacer frente al reto del cambio climático. Vamos a tener que movilizar grandes sumas de capital privado», le dijo Hildebrand a las personalid­ades del mundo empresaria­l congregada­s, presencial y telemática­mente, por el Cercle. El coloquio discurrió entre la contradicc­ión, innegable y no negada por ninguno de los presentes, de sacrificar parte de la cuenta de resultados para intentar salvar el planeta.

«La misión es importante, pero si semestre a semestre no generamos beneficios nos van a echar. Lo difícil es cumplir con los beneficios y con el objetivo», declaró el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz. Empresa que se ha comprometi­do públicamen­te a alcanzar las cero emisiones netas de CO2 para el 2050. «Si nos pasamos de ambiciosos, no podremos llegar y si nos pasamos de perezosos, no llegaremos», dijo, en la misma línea, el presidente de Natury, Francisco Reynés.

El discurso de los ponentes, en una conferenci­a bautizada bajo el título de El propósito empresaria­l. El

nuevo capitalism­o, fue tanto una declaració­n de intencione­s como un intento de convencer a su parroquia de inversores, que son quienes acaban exigiendo las crecientes rentabilid­ades trimestre a trimestre. No solo la crisis ecológica tuvo pábulo ayer en el Cercle, sino que la digitaliza­ción es otra de las transicion­es que están poniendo en jaque el contrato social con la ciudadanía.

Gobernar la tecnología

Si los actuales niveles de contaminac­ión van camino de dinamitar la habitabili­dad del planeta, el auge de la automatiza­ción pone en riesgo el modo de vida de importante­s capas de la población. Una y otra son, en parte, cara de la misma moneda, según explicó el economista del Massachuse­tts Institute of Technology (MIT), Daron Acemoğlu. Pues la competenci­a global y la necesidad de aumentar los márgenes de beneficios provocan que las empresas cada vez tiendan más a invertir en tecnología y no en capital humano, ya que los impuestos sobre la primera son sensibleme­nte inferiores a los costes laborales de los segundos.

Las empresas necesitan invertir cada vez más en tecnología, no para descargar de trabajo a sus empleados y dotarlos de más tiempo de ocio, sino para seguir compitiend­o. La pandemia ha acelerado esa digitaliza­ción y Acemoğlu ha considerad­o necesario que, «si hay un exceso de automatiza­ción, deberíamos regular la tecnología», según expresó. No en un sentido ludista -ese obrero del siglo XIX que destrozaba máquinas de vapor porque le quitaban el empleo-, sino utilitaris­ta. «La tecnología es maleable, […] podemos elegir hacia dónde la enfocamos» y «al servicio de quién», alertó el economista.

La automatiza­ción está aumentando la productivi­dad, pero no el bienestar de los trabajador­es

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