EL PELIGRO DE RECOMENDAR SITIOS
Dedico esta columna a los periodistas gastronómicos que recomiendan sitios. A su paciencia. A ese callo que han desarrollado para sobrellevar algunos calvarios. Hacer listas de los mejores restaurantes japoneses, bocadillos, pizzas o tortillas es un trabajo maravilloso, pero no está exento de ciertos personajes recurrentes que siempre saben más que tú y están muy, muy enfurecidos. Van con la paga, tienen todo el derecho a plasmar su drama personal en tus redes, pero no por ello dejan de ser menos injustos y, en ocasiones, enternecedoramente delirantes.
El más común es el lector ultrajado porque en la lista de mejores croquetas o ensaladillas rusas no has puesto sus restaurantes preferidos. Como si antes de escribir cada artículo tuvieras que consultarle: «¿Están los que te gustan o paramos imprenta?». Otros elementos más inestables invierten su tiempo en enviarte en privado fotos o vídeos de restaurantes que, según ellos, tendrías que haber destacado. Hace poco, un espontáneo me envío un storie de Instagram comiéndose una croqueta en un conocido restaurante, para mostrarme el error que había cometido al no incluirlo en un artículo.
Listas dolorosas
HAY PERSONAJES QUE SIEMPRE SABEN MÁS QUE TÚ Y ESTÁN MUY, MUY ENFURECIDOS
Las listas con recomendaciones son actos subjetivos, ejercicios personales para acotar el infinito océano culinario que es Barcelona. Cuando confeccionas una lista, no puedes incluir 50 restaurantes, y el proceso de descarte es doloroso. Curiosamente, ningún restaurante me ha reprendido por no figurar en alguna lista, los lamentos siempre vienen de internautas anónimos que, como ocurre con el fútbol, tienen su 11 inicial en la cabeza y de ahí no salen. Se olvidan de que la gastronomía, como el balompié, muchas veces también es solo un juego.