‘Luca’, la fábula iniciática de Pixar
Enrico Casarosa, director de la nueva y gozosa propuesta de Pixar que celebra la diferencia, habla sobre este cuento sobre un pequeño monstruo marino que busca otros horizontes.
Uno de los mejores piropos que pueden echarse a Luca, nueva película de Pixar (solo en Disney+, sin coste adicional, desde ayer), es que se parece en más de un sentido a La Sirenita. De entrada, también trata sobre una criatura marina que experimenta con la vida plenamente humana, aunque sin necesidad de acuerdos con brujas. En los años 50, el pequeño Luca emerge del Mediterráneo y se coloca en tierra firme con ayuda de otro joven monstruo subacuático, Alberto, tan solitario como él.
«Esa era la clave de la amistad que inspiró la película», explica el director Enrico Casarosa, nacido en Génova en 1971 e instalado en EEUU desde su veintena. «Lo que nos acercó a mi amigo y a mí es que los dos éramos igual de raros, perdedores e introspectivos». En la película, el triángulo amistoso (que no amoroso) se completa con la vivaracha pelirroja Giulia, un posible billete de salida de Luca más allá de debajo del mar y de ese pueblo de pescadores de la Riviera italiana que también se le queda pronto pequeño.
Algo más que relaciona Luca con La Sirenita: ronda la hora y media de metraje, casi un milagro en estos días de películas hipertrofiadas. Además de canto a la amistad, es oda a la simplicidad. Lo que no debe confundirse con simpleza. «Desde el principio quisimos seguir la lógica del mundo de los niños», dice Casarosa. «Eso hace que vayas olvidándote de ‘¡la gran finale de acción!’ o ‘¡la gran persecución!’. Rápidamente nos dimos cuenta de lo que era importante aquí: esa relación, o relaciones, de amistad, y la lógica del mundo de los niños. Debíamos apoyarnos en una cierta simplicidad». «Y también, en un cierto lirismo», añade Casarosa, «como en mi anterior corto».
Nominado al Oscar
Casarosa se refiere a La luna, fábula iniciática que sirvió de aperitivo a Brave (Indomable) en cines en 2012 y recibió una merecida nominación al Oscar. «El lirismo también te ayuda a tener más ritmo. Porque si te planteas escribir un poema, no vas a escribir una novela; te concentras en las cosas importantes».
Entre los desafíos que complicaron este proyecto relativamente sencillo estaba la necesidad de trabajar, como en La Sirenita, con dos mundos: el submarino y el terrenal. ¿El doble de trabajo? «En cierto modo, así fue. Nos gustaba la idea de buscar contrastes. Debajo del agua, el sonido se amortigua y no puedes ver muy lejos en el horizonte. Cuando sales al exterior, el sonido es más claro y todo está más abierto y más definido».
El profundo trabajo de investigación cultural incluyó algunos viajes a Italia (al parecer, con mucha degustación del cotizado gelato de la tierra) y una inmersión en el fabuloso cine italiano de los años cuarenta y cincuenta. «Curiosamente, no me sumergí en De Sica y Fellini hasta que empecé a estudiar cine en Nueva York. Hacer la película me sirvió para volver a conectar con ese importante legado. De Vittorio De Sica tomamos la emoción y la pena de Ladrón de bicicletas de Federico Fellini, su afán por abrazar el sueño, que nosotros convertimos en soñar despierto. Y también nos influyó en gran medida el Luchino Visconti de La terra trema, porque hablábamos de los pescadores de una pequeña localidad».
Los artífices de la película viajaron a Italia e hicieron una inmersión en el cine italiano de los años 40 y 50