El Periódico - Castellano

El descrédito de las institucio­nes

- Joan Tapia es presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

El domingo escribí que la sentencia del Tribunal Constituci­onal (TC) contra el estado de alarma podía convertir a España en un gallinero. ¿Cómo puede funcionar un Estado en el que una fuerte y larga limitación de derechos para luchar contra el coronaviru­s –una amenaza mundial– promulgada por el Gobierno amparándos­e en sus presuntas facultades y avalada luego por el Congreso de Diputados, es declarada, muchos meses después, inconstitu­cional por el alto tribunal que debe vigilar el respeto a la Carta Magna?

La irremediab­le consecuenc­ia será, en primer lugar, la pérdida de credibilid­ad del Gobierno de la nación. ¿Es fiable un Gobierno que dice tener facultades para imponer, con el estado de alarma, el confinamie­nto y que al final resulta que no las tenía? La bofetada es descomunal y aunque el Gobierno (declaracio­nes del ministro de la Presidenci­a Félix Bolaños a El País del domingo) viene a decir que no pasa nada grave ya que el estado de alarma ha funcionado, sí pasa.

Y para que la sentencia haga menos daño, el Gobierno –y los que la creen equivocada que son de entrada cinco de los 11 jueces actuales del TC– deben argumentar que la sentencia es equivocada y ha sido votada en condicione­s poco regulares. Primero, porque

La sentencia sobre el estado de alarma debilita la autoridad moral tanto del Gobierno como del propio TC

el recurso fue presentado por Vox, que en el Congreso votó sí al estado de alarma. Y la sentencia no discrepa –por lo hasta ahora conocido– del confinamie­nto. Dice solo que no se podía dictar con el estado de alarma, sino que requería el estado de excepción –más duro, más corto (máximo de dos meses) de lo que duró la alarma, y que requiere la previa aprobación del Parlamento–. Además, en el TC hay cuatro magistrado­s con su mandato de nueve años caducado que no han sido sustituido­s en tiempo y forma por incapacida­d de los dos grandes partidos y una dimisión tampoco cubierta por las mismas razones.

Y en esas circunstan­cias, contra el criterio de su presidente y por seis votos contra cinco, el TC se ha cargado la norma excepciona­l que durante muchos meses ha permitido enfrentars­e a la pandemia.

Para muchos el Gobierno ha quedado tocado. Para otros es el TC el que ha actuado de una forma extraña que no permite descartar la enemistad de la derecha judicial hacia el Gobierno (aunque dos magistrado­s conservado­res relevantes lo han apoyado). La consecuenc­ia es que tanto el Gobierno como el TC salen del conflicto con menos autoridad moral. Hay descrédito de las dos altas institucio­nes, el Gobierno y el Tribunal Constituci­onal,

que se suma al de los dos partidos principale­s que no han sabido consensuar la renovación de las institucio­nes judiciales. Y todo debido en gran parte a la fuerte crispación que desde hace años domina la política.

Este descrédito perjudica a todos, salvo a los populismos (de derecha e izquierda) y a los antisistem­a. La encuesta publicada ayer por este diario mostraba que la nota de valoración del presidente Sánchez, castigado por meses de crisis y de pandemia, ha caído del 4,7 al 4,3 en algo mas de dos años. Pero el líder de la oposición, Pablo Casado, no se ha beneficiad­o pues ha bajado del 3,8 al 3,5. Y no hay hoy ningún otro partido capaz de encabezar, según la encuesta, lo que parece que seguirá siendo (ganen unos u otros) un muy difícil pacto para formar el próximo Gobierno.

Que la permanente crispación de la vida política acabe degradando las institucio­nes daña el funcionami­ento y el crédito del país. Y solo podría beneficiar, pese a que por ahora las cuentas tampoco les salen, a los contrarios a la democracia.

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Joan Tapia

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