El problema de los fumadores
Es paradójico, por no decir cómico, que una de las adicciones más socialmente devastadoras sea completamente legal. El sencillo gesto de encender un cigarrillo, que conserva todavía un glamur que se transmite de generación en generación de manera inalterable, esconde detrás un escalofriante coste económico, social, laboral y personal: solo en España mueren cada año más de 50.000 personas por culpa del tabaco, el coste de los fumadores para el sistema sanitario supera los 7.000 millones de euros, provocan pérdidas de más de 6.700 millones a las empresas por su negativa influencia en la productividad, y sus consecuencias psicológicas, sociales y económicas son de tal magnitud que ya se la considera una enfermedad social y plenamente transversal.
Sus consecuencias negativas son casi infinitas, pero este fin de semana hemos recordado uno de sus peores (y más silenciosos) efectos colaterales: los cretinos que lanzan colillas encendidas desde el coche. Uno de estos individuos ha provocado un incendio que ha arrasado el Cap de Creus, y el ‘conseller’ Elena ha recordado que, en los últimos 10 años, los siniestros causados por colillas han destruido ya más de 12.000 hectáreas en Catalunya. Hay consecuencias menos apocalípticas pero igualmente molestas: los fumadores que encienden cigarrillos en las terrazas (incluso en plena era pandémica) sin la más mínima consideración hacia los otros, los que lanzan colillas al suelo pensando que ya las recogerá un barrendero o, todavía peor, los que las lanzan a las cloacas, sin importarles que terminen llenando el mar de porquería. Por supuesto, hay fumadores que no son ni incívicos, ni sucios, ni irresponsables ni insolidarios. Pero incluso en el mejor de los casos cualquier fumador provoca, aunque no lo quiera, un serio problema de salud, económico, medioambiental y social que no puede seguir ignorándose mucho más tiempo. Solo caben más medidas, y más coercitivas. En la mayoría de ciudades de Japón, por ejemplo, no se permite fumar en espacios públicos. ¿A qué esperamos?
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