El Periódico - Castellano

Como el viejo ‘bluesman’ de Porta Ferrada

Zucchero Festival Porta Ferrada. Sant Feliu de Guíxols. 16 /7/21

- JORDI BIANCIOTTO

Los cantantes italianos que se han abierto paso en nuestro país han abundado en la canción melódica, y es por eso que Zucchero no está asentado en el lugar del imaginario que le correspond­ería: voz apegada al rock, el blues y el soul, estilístic­amente está más cerca de Joe Cocker o Robbie Robertson que de Gino Paoli o Eros Ramazzotti. Pensamos a menudo a partir del cliché, de la asociación automática, pero este cantante y compositor de Reggio Emilia está aquí para burlar esos mecanismos atendiendo a su instinto, y de ahí salen exhibicion­es como la del viernes pasado en Sant Feliu de Guíxols (Baix Empordà).

Noche de reencuentr­o en el escenario del Guíxols Arena, inauguraci­ón del Festival Porta Ferrada, combatiend­o la obstinada pandemia con alegría en el ampliado village. El de Zucchero no era para nada un concierto ligero, que pudiera servir de mar de fondo para la vida mundana, sino algo más exigente y esencial: recital en honor a la pulsión primera de las canciones, a la expresivid­ad en crudo, a partir de un inédito diálogo a tres.

La fibra desenchufa­da realzó al Zucchero cantautor de verbo encrespado, con el espíritu del bluesman que pone la expresivid­ad en un plano superior a la misma partitura. Pero canciones las hubo, hasta 23, con su amplio espectro de tonalidade­s, moviéndose desde el pulso severo de Testa o croce, que abrió la noche, a la suavidad de Ci se arrende, citas ambas al reciente Inacustico D.O.C. & more. Las abordó con la actitud del gigantón que lee poesía y olfatea las rosas, garganta granulada y disposició­n a la dulzura en el fresco cotidiano de Il suono della domenica.

Los mil y un matices

Zucchero confió en las guitarras para dar relieves al repertorio, y escapó de la sombra de la linealidad porque a las texturas de sus modelos de seis o 12 cuerdas se sumaron los mil y un matices aportados por Kat Dyson y Doug Pettibone. La que fuera cómplice de Prince se valió también del dobro y alzó la voz en el potente diálogo de Facile, mientras que Pettibone coló el sureño pedal steel en Don’t cry Angelina (y cantó Never can tell, de Chuck Berry). Con ellos escenificó Zucchero un viaje acaso en búsqueda de la última frontera americana, con maletas sobre el escenario y un cartel con la leyenda Lunisiana soul, nombre de su mansión, sita en la frontera entre las regiones de la Liguria y la Toscana.

A su amigo Pau Donés

Si la primera parte del concierto primó la obra moderna, la segunda miró hacia atrás, y ahí Zucchero dedicó Dindondio a su desapareci­do amigo Pau Donés y se creció entre los pliegues de Bacco perbacco, Diamante y Diavolo in me. Sin pasar por alto sus populares Baila (sexy thing) (o Baila morena en su cita con Maná) y la ochentera Senza una donna, de cuando nos llegamos a pensar que Zucchero era otro baladista más que venía a engatusarn­os desde el otro lado de los Alpes.

Recital en honor a la pulsión primera de las canciones, a la expresivid­ad en crudo

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Ferran Sendra Zucchero, con su guitarra, el viernes pasado en el Guíxols Arena.
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