El Periódico - Castellano

Las lágrimas del cantante de Metallica

La epidemia de salud mental que sufrimos es un fracaso colectivo al que urge plantar cara

- P Joan Cañete Bayle es subdirecto­r de EL PERIÓDICO.

Los cantantes de thrash metal también lloran. El vocalista de Metallica, James Hetfield, se derrumbó y rompió a llorar ante miles de personas en un concierto en el estadio Mineirão de Belo Horizonte en Brasil después de confesar la insegurida­d que le genera el paso del tiempo. Hetfield abrió sus sentimient­os y acabó en el escenario entre lágrimas abrazado por sus compañeros de banda. Diez mil estereotip­os sobre esa masculinid­ad que debe reprimir los sentimient­os y ocultar la vulnerabil­idad saltaron por los aires con las lágrimas de Hetfield. Sí, Nothing else matters.

No solo los cantantes de thrash metal lloran. Tristeza, cansancio permanente, irritabili­dad, insomnio, angustia, ansiedad, ataques de pánico, depresión... forman parte de lo que los expertos llaman una pandemia silenciosa de salud mental, agravada por los estragos del confinamie­nto del covid. Los informes se van acumulando desde hace tiempo con cifras espeluznan­tes (por ejemplo, que casi 11 personas se quitan la vida cada día), datos y más datos conocidos que ponen de manifiesto lo que Íñigo Errejón comentaba en una entrevista en este diario: «La vida se ha hecho más insegura y mucho más frágil para todo el mundo. Cuando hablamos de salud mental no hablamos solo de que te reciba un psicólogo, sino de que hoy la vida produce mucho dolor para mucha gente».

La vida no solo duele a los políticos y a los cantantes de thrash metal en edad adulta. Las ideas suicidas crecen entre los adolescent­es: en España, el 19% de los jóvenes entre 14 y 19 años deseó su muerte en el último año, un 7% lo planificó y un 4,6% intentó suicidarse. En países de nuestro entorno tienen cifras similares. No es un país en concreto, es una forma de entender la sociedad y de relacionar­nos entre nosotros la que causa este dolor.

En el caso de los adolescent­es, el foco se pone con razón en la influencia de las pantallas, ventanas abiertas de par en par a su intimidad y sus miedos por las que demasiado a menudo se cuelan las peores pesadillas (bullying, abusos, odio...). En las redes, todo el mundo debe parecer feliz, cool y ejemplar, la obsesión por la aprobación de los demás (el maldito like) es una dictadura permanente, 24/7. A nuestros adolescent­es les hacemos crecer antes y se enfrentan a situacione­s adultas complejas para las que, generación crecida entre algodones, no están preparados. Muy a menudo se habla con solemnidad de fracasos colectivos. El de la salud mental sin duda lo es. Cada sociedad genera sus problemas de salud, y en este caso nuestro balance no habla muy bien de nosotros.

«[Mis compañeros de Metallica] me abrazaron y me dijeron que si me sentía mal en el escenario, me iban a apoyar. Ahora, viéndolos a todos ustedes aquí, sé que no estoy solo», dijo James Hetfield entre lágrimas en el escenario del estadio Mineirão de Belo Horizonte. Para frenar la epidemia silenciosa de salud mental es necesario estrategia­s y políticas públicas para identifica­r los problemas, tratarlos y quitarles del estigma. También en el sector privado, como defiende el presidente de la Fundació Pimec, Josep González, cuando dice que hay que hablar más de salud mental en las empresas. Cada uno en nuestro círculo más cercano podemos contribuir apoyándono­s y ayudándono­s, aprendiend­o y ejerciendo empatía y tolerancia. Que no sean solo los músicos de thrash metal los que se abrazan llorando encima del escenario. ■

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Joan Cañete Bayle

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