Un asesino en antena
J. D. Barker, autor de la trilogía de ‘El cuarto mono’, regresa con ‘El último juego’, donde un hombre siembra Nueva York de cadáveres mientras plantea un reto a una famosa periodista radiofónica. «Nunca abrí las cartas que me mandaron asesinos en serie»,
J. D. Barker se ha entrevistado durante su carrera con asesinos en serie en prisión. Le ha servido para moldear a los terroríficos criminales de sus thrillers. Pero no le salió gratis. «Varios me mandaron cartas e intentaron conectar conmigo por teléfono. No me gustó nada. En Estados Unidos deben llamar a cobro revertido y nunca acepté sus llamadas. Los frené siempre y al final acaban parando. Pero uno me llamó una vez por semana durante año y medio. Nunca abrí ni leí sus cartas. No quise saber qué decían», confiesa inquietante, de visita en Barcelona, el autor de la trilogía superventas que inició con El cuarto mono. Ahora vuelve a dejar sin aliento con El último juego (Destino), donde un tipo llamado Bernie pone entre la espada y la pared al agente de policía Cole y a una famosa periodista radiofónica, Jordan Briggs. Irrumpe telefónicamente en directo en su programa ante millones de oyentes mientras orquesta un reguero de muertes en Nueva York.
«Lo que me asustó más de esos asesinos fue ver cómo te contaban con orgullo todo lo que habían hecho. Disfrutaban hablándote de sus crímenes. No sentían ningún remordimiento. Aunque algunos también me contaron cosas buenas de sus vidas... Te das cuenta de que tuvieron una vida antes, que han amado. No todo es blanco o negro. En la vida hay muchos grises», prosigue Barker (Illinois, 1971), autor de la precuela autorizada de Drácula y de Los crímenes de la carretera, escrita a cuatro manos con James Patterson.
Saber que ese día morirás
Su nuevo asesino, Bernie, «es una persona normal». «Poco a poco aprendes quién es y por qué es así. Algo se desencadenó 10 años atrás, intenta superarlo pero acaba explotando. Ya no desea vivir. Sabe que ese día va a morir. No es un sociópata, sino una víctima». «Yo pienso constantemente que puedo morir –asegura–. Por eso intento vivir como si cada día fuera el último. Cada vez que subo a un avión le mando un mensaje a mi esposa para decirle que la quiero por si nos estrellamos. En los atentados del 11-S, la gente fue a trabajar sin saber que no volvería a casa. Me asusta imaginarme como un viejecito en un balancín lamentándome por no haber hecho todo lo que quería hacer en la vida».
Barker ya no ha vuelto a visitar a asesinos encarcelados. «Ahora es diferente. Tengo esposa y una hija». Un día soñó que ellas morían, también sus vecinos, tenían una cruz roja en la puerta. Era al inicio de la pandemia, cuando justo había terminado esta novela. «Me desperté y me aseguré de que mi mujer estaba a mi lado y fui a abrazar a mi hija mientras dormían durante una hora. Ya no pude dormir más. Recuerdo perfectamente todos los sueños. También recuerdo mejor cosas de hace 40 años que algunas de hace cinco minutos. Es por mi autismo», explica el autor. Su síndrome de Asperger, añade, tiene que ver con su forma de escribir, dice quien afirma que su trabajo es entretener al lector mientras le hace sentir en la nuca «el aliento de la locura del mundo» y que no reniega de hacer literatura «de comer palomitas».
«Quienes tenemos este tipo de autismo nos obsesionamos con muchas cosas: puzles, misterios… hasta que no los resuelvo no dejo de pensar en ellos –detalla–. Escribir un libro es igual: es un rompecabezas en el que pienso todo el día. Veo la trama en mi cerebro, capítulo a capítulo. Y escribo lo que me gustaría leer. En El cuarto mono fue como una montaña rusa, subía y bajaba, no saqué el pie del acelerador hasta el final. Me puse a prueba».
La pandemia, una guerra como la de Ucrania… hacen que el ser humano sea más consciente de su fragilidad. «Lo que más nos asusta es lo inesperado, porque necesitamos tener las cosas controladas. Pero hay cosas ante las que no podemos hacer nada. Este fin de semana un hombre entró en una iglesia y empezó a disparar contra los feligreses... Yo he vivido huracanes en Florida… Y se habla del gran apagón digital mundial que pueden causarlo tormentas solares que tardan solo seis horas en llegar a la Tierra desde el Sol. Me fascina porque puede pasar cada 400 años. La última vez que ocurrió no debió de preocuparles mucho porque no había red eléctrica –sonríe–, pero hoy dependemos tanto de ella que da miedo… No nos recuperaríamos antes de tres años. Pero si pasa, creo que el ser humano siempre encontrará cómo resurgir. Como con la pandemia, parece que empezamos a volver a la normalidad».
■
«Mi autismo hace que me obsesione con los puzles y escribir es como un rompecabezas»