Los mayas, teloneros de Nina Simone
Cuando ese día de 1999 Nina Simone acabó el concierto, se quitó el chicle de la boca y lo dejó en una toalla. El músico Warren Ellis no pudo refrenar el impulso de cogerlo para guardarlo. Todavía lo conserva y, con el paso del tiempo, se ha convertido en toda una reliquia que ahora protagoniza un libro. Como no podía ser de otra manera se titula El chicle de Nina Simone y su autor conversó con Daniel Valdivia para este periódico en una entrevista en la que da algunos detalles curiosos de esta historia.
Sin embargo, no es la primera vez que el chicle, en general, protagoniza un libro. Justo 10 años después de aquel concierto de Nina Simone, la arqueóloga Jennifer Mathews, especialista en culturas precolombinas, publicó el resultado de años de investigación: Chicle: the chewing gum of Americas, from de ancient Maya to William Wrigley, un apasionante recorrido a lo largo de los siglos para descubrir cómo la savia de un árbol se convirtió en uno de los productos más populares del siglo XX.
Chicle es el nombre que los mayas y los aztecas daban a la savia del chicozapote. Como tiene un sabor dulce y huele bien, los primeros lo cocinaban para calmar la sed y quitar el apetito; mientras que los segundos lo utilizaban para refrescar el mal aliento y limpiarse la boca. Al parecer era mal visto que los hombres y mujeres casadas masticaran chicle en público y solo lo hacían en la intimidad.
El producto sobrevivió a la colonización europea y su consumo se mantuvo. En el siglo XIX, un empresario estadounidense llamado Thomas Adams oyó hablar de aquella savia de propiedades elásticas y le pareció que podría utilizarse como sustituto del caucho. Se estaba en plena revolución industrial y aquel producto era carísimo, por tanto encontrarle un recambio más barato aseguraba un éxito económico. Adams, en colaboración con el militar mexicano exiliado en Nueva York
Incluso en torno a la cosa más insignificante del mundo se puede construir una gran historia. Lo demuestra Warren Ellis con un chicle que fue de Nina Simone. Lo que no sabemos es si lo fabricó Thomas Adams.
Antonio López de Santa Ana, importó montones de chicle con la idea de fabricar neumáticos para bicicletas. La cosa no fue bien, porque el material no tenía suficiente consistencia. ¿Qué podía hacer Adams con todo ese chicle?
Inspirándose en las golosinas masticables de un pequeño productor de la Costa Este llamado John Curtis, Adams envolvió aquella goma en pequeñas porciones y las vendió al irrisorio precio de un centavo cada una con el nombre Adams New York
Gum n.1. Lo que quería era quitarse de encima esa mercancía y minimizar las pérdidas. Sin embargo, para su sorpresa, fue un éxito de ventas. Y eso que entonces no sabían a nada.
Animado por la buena acogida