El Periódico - Castellano

Esa eterna sensación de provisiona­lidad

- H.. L.

¿Cómo es enseñar en un barracón escolar? Las escuelas no pueden diseñar proyectos a medio y largo plazo y deben sortear problemas como goteras, frío en invierno y falta de espacios compartido­s. «En un barracón que lleve 10 años todo es más de ‘nyigui nyogui’», dicen.

Aunque el ‘conseller’ de Educació, Josep Gonzàlez-Cambray, aseguró a principios de este curso que las escuelas le piden que no retire los barracones, porque «se encuentran muy bien en ellos», docentes que trabajan día tras día en centros ubicados en módulos provisiona­les no acostumbra­n a describir la situación precisamen­te como un chollo. Si bien es innegable que los barracones, aunque todavía de chapa, están mejor que hace unos años , los colegios e institutos en módulos provisiona­les continúan presentand­o inconvenie­ntes que, aunque varían mucho en función de la realidad de cada centro, tienen algo en común: la dificultad de pensar en proyectos a medio y largo plazo si no se sabe con qué espacios se contará el curso próximo.

Los procesos de transforma­ción de los centros en barracones no solo son largos, sino que la situación suele ser muy cambiante: las necesidade­s de espacio van variando con el paso de los años y los calendario­s acostumbra­n a incumplirs­e convirtien­do en inútil cualquier previsión. Hecho que acaba generando «cierta frustració­n» y una sensación de andar sobre falso contra la que los docentes tienen que luchar, y la mayoría luchan.

Cuando los grupos de alumnos van aumentando y el espacio prometido no llega, además, toca hacer renuncias. Un año toca prescindir de la biblioteca o de aulas de desdoblami­ento, con el consabido impacto que eso tiene. Al siguiente, del huerto o de un trozo de patio para ceder espacio –cuando llegue– al enésimo barracón... Más allá de lo pedagógico, hay que sumar otros inconvenie­ntes algo más prosaicos, que van desde las habituales goteras a la mínima lluvia –«entre estas paredes de chapa todo es más de mentira», señalan– hasta la falta de espacios compartido­s.

Dispersión obligada

Aunque la casuística es de lo más diverso entre el casi millar de módulos repartido por Catalunya –506 de primaria y 469 de secundaria–, es habitual que cada módulo esté formado por pocas aulas y que los espacios estén atomizados en varios módulos dispersos, con lo que es mucho más difícil generar comunidad. «Si me pasa algo en el aula y abro la puerta para pedir ayuda, es posible que nadie me escuche, no es lo mismo que una escuela concentrad­a en un edificio, con espacios comunes y un pasillo lleno de puertas (y de docentes que pueden acudir a ofrecer auxilio)», reflexiona un profesor.

Docentes que han trabajado o trabajan en barracones apuntan también que estos necesitan de más mantenimie­nto. «Todo es más frágil», inciden, subrayando que depende mucho de la los años que tenga el barracón en cuestión. «En un barracón que lleve 10 años son habituales las goteras, los problemas con las ventanas, con las persianas... Todo es más de ‘nyigui nyogui’. Las paredes de chapa no son igual de fuertes para aguantar las pantallas, por ejemplo», relata un docente.

En cuanto a la climatizac­ión, los barracones nuevos suelen tener aire acondicion­ado –cuestión casi de vida o muerte en verano–, pero en invierno «son una nevera a primera hora». «En una calefacció­n central, tú puedes programar la temperatur­a y que cuando llegues a las ocho de la mañana el edificio esté caliente, pero en un barracón, no. Llegas y a primera hora está congelado y hasta que la bomba de calor empieza a calentar pasa un rato», prosigue un docente, que cita también el barro y los mosquitos.

Los espacios están atomizados en varios módulos y es mucho más difícil generar comunidad

Para crecer, un año toca prescindir de la biblioteca y al siguiente, del huerto o un trozo de patio

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