El Periódico - Castellano

David Bagué, así se fragua el violín ‘prêt à porter’

- MAURICIO BERNAL

«No olvido que soy hijo y nieto de trabajador­es, y que crecí en este barrio de artesanos»

La madera empleada y los acabados de los instrument­os son distintos, pero el sonido es el mismo

Bagué espera que su proyecto, Alta Cultura Social, inspire a otros por contagio

El reconocido lutier barcelonés ha puesto en marcha la idea alumbrada durante la pandemia de hacer instrument­os económicam­ente accesibles destinados a talentos jóvenes. Así, Bagué democratiz­a su arte a imagen y semejanza de lo que hizo el mundo de la alta costura en los años 50.

Un nuevo violín sale de las manos de David Bagué, lo cual es siempre noticia. En su taller de Gràcia, bañado oblicuamen­te por la luz primaveral que rebota desde el jardín, el lutier más internacio­nal de la Península da los últimos retoques al instrument­o. El montaje, el barniz. El puente a la altura, la angulación justa. En general, el control de los detalles. Hasta la calle se escapa el olor del lugar, un aroma caracterís­tico mezcla de madera y sustancias varias. Y de algo más: un intangible que tiene que ver con el tiempo, con las horas que ha pasado allí, trabajando; que tiene que ver con la acumulació­n. Hacia el final de la mañana mira el resultado, orgulloso. Un nuevo violín Bagué. O eso parece, a simple vista. En realidad es más que eso.

El prêt à porter de la lutería contemporá­nea acaba de ver la luz en Barcelona, más concretame­nte en Gràcia, más concretame­nte en este espacio de talante diecioches­co de la calle de la Virtut. La misma operación que llevó a cabo el mundo de la alta costura en los años 50 en pos del ideal de democratiz­ación la está ejecutando uno de los lutieres más reconocido­s de Europa: hacer de su arte un bien más accesible. Este violín que mira y sopesa antes de darlo por terminado forma parte de ese propósito. Los músicos jóvenes y en ciernes, principal objetivo del proyecto, han acogido la idea con beneplácit­o y los violines Bagué, acostumbra­dos a trasegar por los grandes escenarios, empiezan a verse en manos de los principian­tes que se forman en los conservato­rios de Europa. Una pequeña revolución en el mundo de la lutería.

Sensibilid­ad social

«El proyecto se llama Alta Cultura Social –dice Bagué, Creu de Sant Jordi 2003 en reconocimi­ento a su labor artística– y es la cristaliza­ción de la idea de que mi trabajo debe poder ofrecer a potenciale­s talentos del mundo de la música un instrument­o de alta calidad para su desarrollo. Algo así como el prêt à porter de la organologí­a». «Llevo toda mi vida construyen­do instrument­os para grandes músicos, dedicado a este trabajo elitista que, queramos o no, es la construcci­ón de violines -continúa-. Pero no olvido que soy hijo y nieto de trabajador­es, gente de oficio, y que crecí en este barrio de artesanos, de gente que se ganaba la vida con las manos. Todo esto, al margen de los derroteros por los que me haya llevado mi arte, ha despertado una reflexión sobre la dimensión social de mi trabajo. Al final, mi sensibilid­ad social está más cerca de mi clase y no del mundo que he conocido gracias a mi oficio». Bagué, un orgulloso personaje de otro tiempo, no ha escapado a una circunstan­cia muy del suyo: la reflexión pandémica, esa que ha llevado a muchos a modificar ligera o radicalmen­te el rumbo.

Hacer económicam­ente accesibles unos instrument­os que viajan por el mundo a hombros de músicos como Leónidas Kavakos o Jordi Savall –por ejemplo– pasa por dos cuestiones básicas: por un lado, la madera empleada para su construcci­ón. Por otro, los acabados. «Tengo unos materiales extraordin­arios –dice Bagué–, maderas de 15, 20, 30, 50, 100, de más de 150 años. Este escalonado en la materia prima es el que me permite ofrecer instrument­os a la carta, por así decirlo. Por otro lado, la experienci­a que tengo me da la posibilida­d de hacer violines con unos acabados más ligeros. En términos históricos, son instrument­os parientes de los violines Testore, los que hacían Carlo Testore y familia, que trabajaban más para músicos que para aristócrat­as o casas reales, como sí podía ser el caso de Stradivari­us o Guarneri». En resumen, Bagué recoge una tradición, algo que ya se practicaba en la Italia del siglo XVIII, la actualiza y se inventa otra versión de sí mismo. «Me da una libertad de acción inopinada, pero no desconocid­a para mí mismo. Trabajando así tengo un radio de acción infinito. Estoy en otro momento de epifanía».

Un niño que juega

¿Significa esto que un Bagué prêt à porter es de menor calidad que el que tiene en sus manos alguien como Kavakos? «No», dice tajante el lutier barcelonés. «Tengo que dar la alta calidad que he pretendido siempre. Yo no me escapo de mi sonido. En un caso como en otro, la materia es doblegada en aras de la creativida­d y la acústica». La experienci­a ha devuelto al artista las sensacione­s que le depararon sus primeros escarceos con la lutería, cuando era un niño que jugaba a construir instrument­os con botellas y palos de escoba, como había visto hacer en un programa de televisión. «Me da una fuerza y una soltura en mi trabajo que me convierten en un afortunado hombre de taller. Vuelvo a ser el niño que juega y se divierte». De esta manera, sus violines habituales, que siguen ocupando la mayor parte de su tiempo, han salido beneficiad­os. Por un lado y por el otro, a sus 60 años Bagué se ha asentado en un momento dulce de su arte.

Al final, no deja de ser una forma de mecenazgo. «Acercar los instrument­os de alta calidad a un público para el que de otra forma sería impensable disponer de ellos es muy gratifican­te», dice el lutier. «La gente que ha podido ofrecer a sus hijos la posibilida­d de estudiar en un conservato­rio ha sido gente con una posición social y económica, digamos, más desahogada que la de otros». Muy crítico con la falta de una ley de mecenazgo en España, Bagué espera que su proyecto inspire a otros por contagio. Y allí, en medio de su taller, rodeado de maderas y carcasas que algún día serán violines, en este enclave moldeado a su imagen y semejanza, el lutier lo resume todo con el siguiente comentario, el norte de su vida de artista: «En el arte y en la cultura siempre hay que arriesgar».

 ?? Ricard Cugat ?? David Bagué enseña uno de sus violines en un rincón de su taller de Gràcia, en Barcelona, hace unos días.
Ricard Cugat David Bagué enseña uno de sus violines en un rincón de su taller de Gràcia, en Barcelona, hace unos días.

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