El Periódico - Castellano

«Con mi cuerpo hago lo que me da la gana»

No es aceptable normalizar e incluso banalizar delitos o ilegalidad­es en nombre de la libertad individual. Hablamos de cuestiones con consecuenc­ias en las libertades del resto.

- Ana Bernal-Triviño

Cuando todo es susceptibl­e de ser vendido se demuestra, como subrayaba el filósofo Michael Sandel, que pasamos de una economía de mercado a una sociedad de mercado

Se ha puesto muy de moda la frase de hacer «con mi cuerpo lo que me da la gana», en esta época de mirar solo por la libertad individual, sin pensar si nuestros actos tienen implicacio­nes en los derechos del resto. El negacionis­mo es tan transversa­l que ya cuestiona la propia esencia de la democracia, o el que existan leyes y derechos.

No, con tu cuerpo no puedes hacer lo que te dé la gana. Por ejemplo, no puedes vender tus órganos. Pero aun así, aunque haya cosas que no debas hacer, si las llevas a cabo debes asumir sus consecuenc­ias. Las acciones tienen reacciones, por mucho que «te dé la gana». De ahí que te multen si bebes y conduces, si no te pones el cinturón de seguridad, que te sancionen por consumir alcohol si eres menor o que por mucho que desees implantar la jornada laboral de 20 horas diarias o circular por el carril izquierdo, no puedas.

No hablamos de que hagas lo que quieras en decisiones superfluas, como la ropa que elijas en un ropero o qué pides para beber hoy. Hablamos de cuestiones con consecuenc­ias en las libertades del resto. Existen valores sociales porque somos seres humanos y no máquinas. Y de ahí nace el respeto por la convivenci­a, porque no se vive en soledad en el mundo. Si no gusta, quien quiera siempre se puede ir a vivir solo a una cueva. Lo que no puede hacerse es querer normalizar e incluso banalizar delitos o ilegalidad­es en nombre de esa libertad individual. Y eso no significa que el Estado o que los derechos humanos sean un plan planificad­o para la represión. Justo los derechos humanos se crearon tras los horrores vividos después de las dos guerras mundiales, para evitar que sucesos tan atroces se repitieran.

A la vista está que los conflictos siguen y que la mercantili­zación de nuestras vidas pone la consolidac­ión de unos derechos en un punto muy débil frente a la idea de que todo se vende y todo vale. Cuando todo es susceptibl­e de ser vendido se demuestra, como subrayaba Michael Sandel, que pasamos de una economía de mercado a una sociedad de mercado. Como decía este filósofo, ¿deberíamos permitir que las empresas compren el derecho a contaminar el medio ambiente? ¿Y contratar mercenario­s que maten por nosotros? ¿O vender la ciudadanía a los inmigrante­s que quieran pagar?

Las democracia­s funcionan con derechos y obligacion­es de la ciudadanía. Hay quien llama a esto dogmatismo, porque las leyes se pueden cambiar. Y es cierto, como así ha ocurrido en la historia. Pero hasta que eso suceda las democracia­s avanzan con mayorías parlamenta­rias que representa­n a la ciudadanía. Y, por otro lado, no es convenient­e comparar avances legislativ­os en situacione­s de discrimina­ción o vulneració­n de derechos frente a una «libertad» enmascarad­a que no pide derechos, sino una vulneració­n directa de estos.

Especialme­nte burdo es cuando este planteamie­nto se centra en los derechos de colectivos discrimina­dos o de las mujeres. Por ejemplo, quienes estas semanas han sostenido que el feminismo es contradict­orio cuando está en contra de los vientres de alquiler o de la prostituci­ón pero «ataca» la libertad de las mujeres para decidir. O que el feminismo ejerce una tutela sobre esas mujeres. El mito de la libre elección es una de las bazas más potentes del neoliberal­ismo y que mejor cuelan en una sociedad sin conciencia histórica.

Por esa regla de tres, entonces ni siquiera podría haber una ley contra la violencia de género porque tendríamos que «respetar» la «decisión libre» de la mujer que decida quedarse con una pareja que la amenace de muerte. A estas alturas entendemos que la mujer que permanece en esa situación de violencia lo es por dependenci­a o por miedo, y no por libertad, ¿verdad? Sería igual que si no pudiéramos acusar a un secuestrad­or de este delito porque «la secuestrad­a muestra que quiere estar conmigo», ocultando que tiene un síndrome de Estocolmo como una casa.

Es inaudito que en 2023, en la etapa de los avances tecnológic­os y de la inteligenc­ia artificial, falte tanta cordura ante lo que es básico para el funcionami­ento de una sociedad que se ha tragado el mito de una falsa libertad sin criterio. El tema no es que hagas lo que te dé la gana. El problema es que quienes suelen defender esto lo hacen para justificar que otros hagan lo que ellos no quieren.

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Ana Bernal-Triviño es profesora de la UOC y periodista

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