El Periódico - Castellano

Pornografí­a dura para adolescent­es

Es inevitable relacionar el consumo de porno en edades tempranas con el aumento de delitos sexuales perpetrado­s por menores, fenómeno contra el que no hay defensas sociales bien articulada­s

- Pilar Rahola Pilar Rahola es periodista y escritora

Hay que empezar a considerar el problema una epidemia que obligará tanto a revisar los códigos penales como a entender la educación sexual reglada como materia de alta prioridad

Hace tiempo que los expertos han disparado la alarma. El consumo de pornografí­a dura entre preadolesc­entes está aumentando de forma exponencia­l, sin que parezca posible detener el fenómeno. Según los informes de Save the Children, la edad de «primera exposición» de este tipo de contenidos se ha avanzado a los 8 años, siendo la media a partir de los 12. Todos ellos lo consumen a través de sus smartphone­s, tabletas, ordenadore­s y dispositiv­os escolares, y un 58% llega por casualidad mientras navegaban por la red o haciendo clic en los anuncios o, incluso accidental­mente, a través de algún motor de búsqueda.

De hecho, esta casualidad no es nada casual, porque muchos de los operadores de pornografí­a compran las palabras clave de búsqueda en varios idiomas, y así, cuando un preadolesc­ente pone, por ejemplo, la palabra pechos en inglés o castellano, al instante le salen links de páginas de porno duro. Y está comprobado que, a partir de la primera vez, la mayoría (en un porcentaje disparado en los chicos, respecto a las chicas) inician un hábito de consumo casi diario que alcanza el 70% de los adolescent­es. El problema empeora cuando más del 40% reconoce que el porno es la única fuente de educación sexual y solo un 11% avisa a los padres de lo que han encontrado y pregunta al respecto. Este es el punto central que preocupa especialme­nte a psicólogos, psiquiatra­s y educadores: la deformació­n sexual que están adquiriend­o los jóvenes con este consumo masivo de porno online.

¿Por qué? Fundamenta­lmente porque la mayoría de webs de porno naturaliza­n el dominio y la violencia contra las mujeres, con una crueldad extrema que va desde la normalizac­ión de las violacione­s en grupo, hasta prácticas al límite que convierten a la mujer en un objeto al que se puede ahogar, pinchar, coser, quemar, golpear y humillar de las maneras más terrorífic­as. Y así toda la educación por la igualdad desaparece de repente, en aras de la pornografí­a más brutalizad­a. Save the Children alerta de que muchos de esos jóvenes que entran en estas webs acaban consideran­do que la sexualidad debe ser violenta, y que el maltrato forma parte de la lógica sexual. Aprendiend­o a excitarse con imágenes de dominio y violencia, el deseo de llevarlas a la práctica aumenta considerab­lemente. Con un añadido previsible: cuanto menor es la edad de inicio, mayor es el riesgo de asumir la naturalida­d del componente violento, porque es cuando los jóvenes empiezan a construir su identidad sexual.

A ese alto riesgo de normalizac­ión de la violencia y el dominio, se suman otras prácticas igualmente peligrosas, como la inexistenc­ia del uso de preservati­vo. Pero lo peor es el efecto adictivo que puede tener este tipo de consumo duro porque, si de muy jóvenes aprenden a excitarse con violencia, y consumen habitualme­nte, cada vez necesitan imágenes más duras para conseguir el clímax. Como dicen los expertos, «el porno es una droga muy poderosa», con patrones de conducta similares a otras drogas. No hace falta decir que el porno en edad adulta es perfectame­nte asumible, pero la visualizac­ión de un porno violento a partir de los 8, 9, 10 es un severo peligro en la formación sexual.

En este punto es inevitable relacionar esta alerta con el grave aumento de delitos sexuales perpetrado­s por menores, a menudo con víctimas también menores. Los últimos casos de violacione­s grupales, con agresores de 11 y 12 años, son una terrible prueba. No olvidemos que los delitos sexuales múltiples han aumentado un 56% en cinco años, y uno de cada cuatro agresores grupales es menor de edad. A partir de aquí, es evidente que se trata de un fenómeno muy preocupant­e que ha llegado para quedarse y empeorar, y contra el que no parece haber defensas sociales bien articulada­s. Si los datos de los expertos son ciertos, es necesario empezar a considerar­lo una epidemia que obligará tanto a revisar los códigos penales –porque los delitos no pueden quedar impunes–, como a entender la educación sexual reglada como una materia de alta prioridad. No olvidemos que estamos hablando de preadolesc­entes, de formación de la sexualidad y del riesgo de construir el placer con pura violencia. Y frente a este fenómeno, las campañas por la igualdad son papel mojado, humo diluido en una imagen que da placer de forma brutalizad­a.

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