Referéndum ‘zombi’
Aunque no lo parezca, el presidente Aragonès resucitó hace una semana el denominado acuerdo de claridad, cuyo objetivo es nada más y nada menos que un referéndum acordado con el Gobierno central. Efectivamente, ni lo parece ni lo pareció: fue un anuncio sin repercusión internacional, ignorado en España y relegado a un segundo plano en Catalunya, donde ni siquiera tiene un mínimo consenso entre el independentismo. Pocas veces se ha visto tanta distancia entre la teórica solemnidad de un anuncio institucional y su desastrosa repercusión. Para entender semejante indiferencia ante algo teóricamente tan importante es necesario antes de nada recordar el contexto: todo aquello que movía masas y causaba fascinación e incluso histeria entre 2012 y 2017 se ha transformado ahora en una performance política vacía sin público que la soporte. Lo sabe muy bien Clara Ponsatí, que vio como su detención, que tenía que ser algo así como el chispazo que encendiera de nuevo la llama perdida del ‘procés’, terminó como un mero expediente informativo con muchos tuits, algunos periodistas y nadie en la calle. El nuevo referéndum de Aragonès, lanzado en el vacío existencial del ‘posprocés’, arrastra además el pecado original de haber sido tumbado por el propio Parlament, en una derrota estrepitosa en la que solo tuvo el apoyo de los Comuns. En lugar de guardar la ocurrencia prudentemente en un cajón a la espera de tiempos mejores, el presidente decidió continuar con el invento hace unos días, en un ejercicio tan poco edificante como estéril. La propuesta fue rechazada burocráticamente por el Gobierno de Pedro Sánchez, que lo trató como lo que es, un artefacto inocuo sin ningún apoyo que lo soporte.
Curiosamente, lo único que ha alumbrado el acuerdo de claridad ha sido la extrema soledad de Esquerra, que se mantiene a flote gracias a la clemencia del PSOE a través del PSC. Lo cierto es que de aquella propuesta de Estatut de Pasqual Maragall, que contó en 2005 con una aplastante mayoría de 120 votos a favor y solo 15 en contra, se ha pasado ahora a este esquelético acuerdo de claridad, con un famélico apoyo de 41 diputados, que pone encima de la mesa que es inútil ir a pedir nada a España si antes no hay en Catalunya un acuerdo sólido y mayoritario. La única explicación para entender este movimiento sin acuerdo previo y sin sentido político es que, a las puertas de unas trascendentes elecciones municipales, se dirige únicamente a la parroquia de Esquerra, que tiene que aguantar la presión de ser acusada diariamente de traición por sus compañeros independentistas. Se trata, pues, de una parafernalia institucional sin recorrido que tiene como único objetivo engrasar la maquinaria de un partido. Sin embargo, y a pesar de su nulo recorrido, acarrea consecuencias negativas. Porque cada iniciativa que muere o nace muerta hace más difícil la siguiente: después de tantas fechas históricas malogradas y grandes iniciativas anunciadas a bombo y platillo que se han quedado muertas por el camino, el próximo anuncio que haga el presidente de la Generalitat, sea quien sea, tendrá nula credibilidad. Este fantasmagórico acuerdo de claridad es una propuesta zombi, otra palada de tierra encima del ‘procés’, la constatación de que la palabra referéndum es ya solo un concepto de uso doméstico para evitar explicar a una parroquia cada vez más convencida que el momentum ha pasado, si es que nunca llegó a existir, y que viene una larguísima travesía del desierto antes de que se vuelvan a dar las mínimas condiciones para volver a intentar subir otra vez al Everest del ‘procés’.