UN PERSONAJE FASCINANTE
Spielberg rodará una serie sobre el emperador francés en la que tomará el testigo de la obra maldita de Kubrick, mientras que Ridley Scott estrenará película a finales de año. Pero la atracción por su figura procede de los albores del cine.
Napoleón Bonaparte es uno de esos personajes históricos, casi homéricos, absorbentes y contradictorios, que ejercen una enorme fascinación en los actores cinematográficos. Interpretar a Napoleón a lo largo de toda su vida, durante su reclusión en la isla de Elba o centrándose en sus relaciones sentimentales, puede coronar toda una carrera, y a eso se entregaron y siguen entregándose intérpretes como Marlon Brando, Rod Steiger, Charles Boyer, Ian Holm y Joaquin Phoenix. Pudo serlo Jack Nicholson a las órdenes de Stanley Kubrick, uno de los directores también cautivados por la historia del emperador francés, pero su ambicioso proyecto nunca llegó a realizarse. Ahora lo ha retomado Steven Spielberg, pero antes, el 22 de noviembre, llegará a las pantallas la también ambiciosa película protagonizada por Phoenix y dirigida por Ridley Scott.
Uno de los primeros acercamientos, en tiempos del cine mudo, continúa siendo de los más espectaculares. Napoleón (1927) es una visión muy personal de Abel Gance, interpretado como una figura divina por Albert Dieudonné y con tantas alteraciones históricas como invenciones técnicas: una cámara pequeña colocada dentro de una bola de nieve en una batalla entre niños para conseguir el efecto de planos de choque, o la Polyvision (división de la pantalla en tres partes con imágenes distintas). El montaje original era de cinco horas y media, y fue restaurada por la compañía de Francis Ford Coppola en 1981, con nueva partitura de su padre, Carmine Coppola. El cine francés volvió al personaje con otra superproducción de menor interés, Napoleón (1955), en la que Sacha Guitry dirigió a Raymond Pellegrin como Napoleón y dispuso de un reparto de gran altura a su alrededor: Michèle
Morgan (Josefina), Orson Welles (el gobernador de la isla de Santa Elena), Erich von Stroheim (Beethoven) y Jean Gabin, Yves Montand y Jean Marais como diversos militares y aristócratas.
El estilo de Hollywood
Hollywood se interesó en los entresijos amorosos del personaje. Maria Walewska (1936), de Clarence Brown, es la novelización romántica de las relaciones entre el Napoleón interpretado por Charles Boyer y la condesa polaca encarnada por la estrella absoluta del filme, Greta Garbo. Marie fue la amante del francés cuando este estaba casado con Josefina y tuvieron un hijo que fue legitimado por el esposo de Marie, el conde Anastase Walewska. Por su parte, Desirée (1954), realizada por Henry Koster, está centrada en la historia de amor, tergiversada al gusto hollywoodiense, entre Napoleón (Marlon Brando en una de sus más recordadas composiciones) y Désirée Clary (Jean Simmons). La joven era hermana de la esposa de José I Bonaparte, el hermano mayor de Napoleón, y se comprometió con este en 1795, aunque él rompió el compromiso después de conocer a Josefina de Beuaharnais. En Guerra y paz (1956), la notable
La película muda de Gance, de 1927, sigue siendo una de las mejores sobre el personaje Kubrick no pudo hacer nunca la obra más grande jamás realizada, como él decía
adaptación de la obra de Tolstói a cargo de King Vidor rodada en Italia, el Napoleón encarnado por Herbert Lom aparece en el contexto de la guerra con Rusia y la batalla de Austerlitz.
Kubrick empezó a preparar su película en 1961 y abandonó una década después debido a su alto coste. Meticuloso como siempre, se leyó todos los libros sobre Napoleón, estudió centenares de lienzos, escuchó toda la música de la época y almacenó 17.000 fotografías y documentos que fueron recreados en una estancia dedicada solamente a este proyecto en la exposición Kubrick que se hizo el año 2018 en el CCCB barcelonés. El proyecto daría pie a un lujoso libro de casi 900 páginas editado por Taschen, Stanley Kubrick’s Napoleón: The greatest movie never made, en alusión a las palabras del propio cineasta, quien aseguró que su Napoleón sería la película más grande jamás realizada. Kubrick tenía en mente a Jack Nicholson, Ian Holm o David Hemming para el papel de Napoleón, y Vanessa Redgrave para Josefina. Se habían hecho localizaciones en Yugoslavia, Francia e Italia, y para las secuencias de batallas se necesitarían cerca de 40.000 extras. Más que napoleónico, era un proyecto faraónico. Detrás de la película estaba la Metro Goldwyn Mayer, para la que Kubrick había realizado su odisea espacial.
A principios de este año se anunció que Steven Spielberg haría realidad el proyecto de Kubrick, como ya hizo en 2001 con A.I. Inteligencia artificial. La idea es realizar una miniserie –para HBO Max– y se lleva trabajando en ella desde 2013 con la colaboración de la viuda del cineasta, Christiane Kubrick, y el hermano de esta, Jan Harlan. Todavía no se ha hablado del reparto.
Un sinfín de extras
Parece que no puede abordarse la figura de Napoleón desde un tipo de producción menos ostentosa: el personaje necesita grandes reconstrucciones históricas y repartos, un sinfín extras y localizaciones; Bonaparte no es carne de cine indie. Así llegó en 1970 el Waterloo del realizador ucraniano Sergei Bondarchuk, con Rod Steiger como el emperador francés y Christopher Plummer en el papel del británico Duque de Wellington, con Orson Welles –a quien le gustaba aparecer en filmes sobre Napoleón– como Luis XVIII. Pese a su minuciosa reconstrucción de la batalla de Waterloo, el 18 de junio de 1815, esta coproducción entre Italia y la antigua Unión Soviética, hablada en inglés, costó demasiado para lo que recaudó. El marcado acento de Brooklyn de Steiger tampoco ayudó mucho en su composición del corso.
El siglo XXI tampoco ha sido ajeno a la fascinación bonapartista, pero con planteamientos distintos. Mi Napoleón (2001) de Alan Taylor está basada en la novela