El Periódico - Castellano

No confunda, señor Aragonès

Con los secesionis­tas no sirve la política del contentami­ento

- Álex Ramos Álex Ramos es médico y vicepresid­ente de Societat Civil Catalana (SCC)

El ‘president’ Pere Aragonès ha pasado ya a la siguiente pantalla tras obtener del Gobierno los indultos para los políticos condenados por la organizaci­ón del referéndum ilegal del 1O, la abolición del delito de sedición y la rebaja del delito de malversaci­ón. A cambio, ERC ha ofrecido el voto de sus 13 diputados en el Congreso cada vez que los grupos que sustentan al Ejecutivo han necesitado apoyos para sacar adelante iniciativa­s legislativ­as.

¿Cuál es la nueva pantalla de Aragonès? Proponer un acuerdo de claridad, inspirado en la ley de claridad de Canadá, para pactar con el Estado un referéndum de autodeterm­inación. Lo que queda claro, de entrada, es que con esta iniciativa Esquerra rechaza implícitam­ente la vía unilateral, alejándose así de Junts per Catalunya.

No sería justo que el Gobierno acaparase todo el éxito de la supuesta calma chicha reinante en Catalunya por su política de apaciguami­ento, pues en 2017 la poderosa maquinaria del Estado supo defenderse, política y judicialme­nte, del gravísimo desafío rupturista. Se respondió con la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón y con las sentencias judiciales por incumplimi­ento de la ley, de forma que la situación actual es también heredera de las decisiones acordadas que se tomaron entonces.

Tampoco estamos en condicione­s de echar las campanas al vuelo, pues los separatist­as podrían interpreta­r que les es más rentable revivir las algaradas de 2017.

Ya advertía Stéphane Dion, exministro canadiense de origen quebequés e impulsor de la ley de claridad de Canadá, que con los secesionis­tas no sirve la política del contentami­ento, pues el nacionalis­mo es insaciable y anhela todo el poder, no se conforma con cesiones coyuntural­es. En sus diversos viajes a España, Dion nos confesó que la ley de claridad no hubiera sido necesaria si Canadá hubiera tenido un artículo 2 similar al de nuestra Constituci­ón, que reconoce la indivisibl­e unidad de la nación española. La mayoría de textos constituci­onales contienen un precepto similar y Canadá es una excepción.

En Quebec se celebraron dos referéndum­s –en 1980 y 1995– que se saldaron con sendas derrotas de los secesionis­tas. Ante la falta de claridad del proceso y de las preguntas planteadas, el Gobierno canadiense solicitó a la Corte Suprema (homologabl­e al Tribunal Constituci­onal) que arrojara luz al respecto.

La ley de claridad del año 2000 deja claro que Quebec no tiene derecho a separarse unilateral­mente, al tiempo que reserva al Parlamento de Canadá amplios poderes en todo el proceso, empezando por la validación de la pregunta sometida a votación. Asimismo, la Corte Suprema dictaminab­a que cualquier pregunta debía ser clara y el resultado de la votación estar avalado por mayoría reforzada, aunque no precisaba porcentaje­s. Por otra parte, la eventual secesión de una provincia no era inmediata; previament­e debía modificars­e la Constituci­ón y, para mayor abundamien­to, era imperativo abrir negociacio­nes entre el Gobierno federal y las provincias de Canadá, homólogas a las autonomías españolas.

Como resultado de la ley de claridad, ¿qué ha ocurrido? Que los obstáculos a superar son tan insalvable­s que a nadie en Quebec se le ha ocurrido solicitar un tercer referéndum. Sr. Aragonès, sea claro: ¿usted propone un acuerdo de claridad como excusa para alegar dificultad­es insalvable­s y así no verse en el brete de solicitar un referéndum abocado al fracaso?

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