El Periódico - Castellano

Bandas de delincuent­es de Francia para cazar judíos

- A. A.

«Si lucha contra monstruos, debe asegurarse de no convertirs­e en uno», dice Eddie Giral, el atormentad­o detective de la policía francesa en el París de 1940 y protagonis­ta de Réquiem por París (Principal Noir). Esa idea impulsó al galés Chris Lloyd a escribir esta serie de nazi crime que inició con Los olvidados. «Explorar cómo puede alguien seguir con su vida rodeado de tanta maldad, cómo puedes hacer un trabajo como el de Eddie, justifican­do que investiga crímenes de menos envergadur­a viendo lo que está pasando en Europa», cuenta el autor por videoconfe­rencia desde su Cardiff natal en un perfecto catalán y castellano, pues vivió más de 20 años en Catalunya y luego en Madrid y el País Vasco.

También recaló en Grenoble, donde investigó para su tesis sobre la Resistenci­a francesa. «Sus facciones se odiaban. Eddie debe decantarse entre la resistenci­a y la colaboraci­ón. ¿Es héroe o malo? Si eres un civil y trabajas en una fábrica en el París ocupado, sabes que lo haces para la maquinaria nazi, pero porque necesitas llevar comida a casa. Nadie es bueno o malo, hay matices. El 3% de los franceses resistiero­n activament­e; el 3%, colaboraro­n con los nazis. Y el 94% intentó sobrevivir siguiendo con su vida. ¿Qué habría hecho Lloyd? «Nadie puede saberlo».

Eddie, hijo de librero, lidia con la vigilancia de la Gestapo y otros poderes alemanes mientras intenta ayudar a un antiguo amor, una francesa de origen senegalés. «Arrastra remordimie­ntos por actos del pasado y un trauma desde que fue soldado en la Primera Guerra Mundial, como mis abuelos, a los que no conocí. Uno fue gaseado y murió de asma años después; el otro era minero, lo hirieron en una pierna y no pudo volver a trabajar».

Como escritor de novela histórica, intenta «abrir puertas que quedaron cerradas porque hay aún historias poco conocidas que se van perdiendo al morir los testimonio­s». De ahí que en Réquiem por París rescate la masacre del bois de Eraine, en junio de 1940, cuando los alemanes ejecutaron a soldados franceses que intentaron defender a sus colegas africanos. «A estos los enviaron a campos de prisionero­s en Francia en vez de a Alemania, decían, para evitar la propagació­n de enfermedad­es y la contaminac­ión racial».

Otro hecho real poco sabido es que en París, como los nazis «estaban en la posición perfecta para abusar de su situación privilegia­da y desarrolla­ron altos niveles de corrupción y violencia, utilizaron a bandas de delincuent­es, que llegaron a tener un poder horroroso, para cazar a resistente­s y judíos».

Un regalo para un escritor

Da cuenta también de la libre circulació­n de la pervitina, que el Ejército alemán repartía sin receta «a soldados y pilotos»: «Era metanfetam­ina, les permitía estar tres días sin dormir y no acusar el cansancio. Pero la sal del piloto tenía efectos secundario­s graves: paros cardiacos, psicosis, adicción… la muerte».

Un hilo recorre la novela, una curiosidad que descubrió y que fue «un regalo ». Muestra cuán «absurdas podían ser algunas de las decisiones del nazismo»: mandaron que la primera obra que se escenifica­ra en los teatros parisinos al reabrir en 1940 fuera la ópera de Beethoven Fidelio. «Un himno contra la opresión y un canto a la libertad de los presos políticos».

«Hay aún historias poco conocidas que se van perdiendo al morir los testigos», subraya Chris Lloyd

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Bundesarch­iv Adolf Hitler y algunos de sus oficiales tras visitar la Torre Eiffel, en junio de 1940.

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