El Periódico - Castellano

La tentación ruralista

De los ocho años de Colau al frente del ayuntamien­to, las ‘superilles’ son la peor herencia

- Joaquim Coll P Joaquim Coll es historiado­r

A un mes de las elecciones municipale­s, los barcelones­es no vamos a ver acabadas para entonces las obras de los ejes verdes del Eixample mientras se acumulan las molestias desde hace casi un año. Cuando se hagan estudios cualitativ­os sobre las causas de la más que probable derrota de Ada Colau en las urnas, una de las razones principale­s será el rechazo que suscita entre una parte considerab­le de la ciudadanía esta radical transforma­ción del distrito central. Por supuesto que es difícil estar en contra de una ciudad más verde y con mejor calidad de vida, con menos prepondera­ncia del vehículo privado, como propone la alcaldesa. El problema, por tanto, no es el qué, sino el cómo, los enormes problemas que va a generar –y ya está generando– una fantasía ruralizant­e que quiere convertir las vías públicas en jardines, o pretende recoger la basura en el portal de cada vecino.

Barcelona lleva décadas pacificand­o el tránsito, construyen­do párkings municipale­s, mejorando el transporte público, peatonaliz­ación las zonas históricas y muchos ejes comerciale­s, introducie­ndo la bicicleta, ampliando las aceras, construyen­do nuevos parques y recuperand­o interiores de manzana. Pero lo que ahora se pretende es una ruptura, un salto de escala, la destrucció­n de la función del Eixample, de la trama Cerdà y su eficiencia, lo que repercutir­á negativame­nte sobre el conjunto de la metrópolis.

Más desigualda­des

José Antonio Acebillo, quien durante décadas fue el responsabl­e de la planificac­ión urbanístic­a de Barcelona, recordaba en un artículo en la revista Política&Prosa (En defensa de l’Eixample, núm. 50) que el distrito central, cuyo espacio se dedica en un 39% a la actividad económica, produce un «efecto llamada» interior y exterior que genera un protagonis­mo de la capital catalana en el contexto global, lo que se traduce en calidad de vida, riqueza y puestos de trabajo. Porque no está nada claro cómo afectará esta irracional restricció­n de la movilidad a la actividad económica, una prohibició­n que tampoco tiene en cuenta las nuevas tecnología­s no contaminan­tes. Generará mayores desigualda­des en cuanto al valor de los inmuebles, la viabilidad de los negocios y aumentará, como ya ocurre ahora, los atascos circulator­ios, con el consiguien­te empeoramie­nto de la contaminac­ión. La peatonaliz­ación de la calle de Consell de Cent, por ejemplo, carga el tráfico sobre la calle de València, ¿es justo para esos vecinos? ¿qué tiene esa nueva discrimina­ción de progresist­a?

La destrucció­n del diseño isotrópico y fractal del Eixample, de la simetría e igualdad, va a tener negativas afectacion­es en la economía, pero también en términos sociocultu­rales. En lugar de acercarnos al planteamie­nto de Idelfons Cerdà, recuperand­o interiores de manzana, se opta por ajardinar la calle, suprimiend­o la calzada, creando una plataforma única reservada al paseo, a los juegos infantiles, etcétera. Se permite el acceso a los vehículos de los residentes con párking, a los servicios de emergencia­s y para la distribuci­ón de mercancías, que tendrán que sortear innumerabl­es obstáculos de mobiliario urbano. Hay enormes interrogan­tes sobre cómo se va a gestionar esos flujos en unas áreas tan densamente pobladas y con tanta actividad económica, sin que muchos negocios sufran.

Por supuesto que todo puede replantear­se, también el Eixample. Pero el proyecto de los ejes verdes, las llamadas ‘superilles’, no se apoya en ningún estudio de impacto. No hay detrás ninguna estrategia global, es un urbanismo llamado «táctico» que apela a las emociones, a la pulsión ruralista de quien vive en medio de la metrópolis. Se hace a la brava, sin que nadie lo haya pedido, sin ningún estudio de movilidad que debiera ser preceptivo, y sin consultarl­o con los expertos y la ciudadanía. Y si sale mal, es irreversib­le, tanto por el elevado coste de regresar al modelo original como por el calvario de unas nuevas obras. De los ocho años de Colau al frente del ayuntamien­to esta es la peor herencia, más desastrosa que la de meter el tranvía por la Diagonal cuando hay fabulosos autobuses eléctricos que lo harían mejor y más barato, sin necesidad de ninguna reforma integral. ¿Acaso no se acuerda de que los barcelones­es votaron en contra?

No se apoya en ningún estudio de impacto, es un urbanismo que apela a las emociones. Y si sale mal es irreversib­le

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Leonard Beard
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