El Periódico - Castellano

Lujo silencioso de Sant Gervasi

La discreción sobre la propia riqueza, ahora de moda, quizá la inventamos en Barcelona, donde nadie quiere aparentar

- Miqui Otero Miqui Otero es escritor.

Esos dos que charlan en un bar llevan jerséis lisos y negros aparenteme­nte idénticos: un ojo no entrenado en estas sutilezas jamás verá que el de uno de ellos cuesta 30 euros y el del otro, mínimo 300.

Ya va siendo hora de que se invente un Shazam de pijos en Barcelona, una aplicación que en lugar de adivinar la canción que está sonando en un bar o en la tele sirva para informarno­s de cuántas cuartas residencia­s, o ceros a la derecha de patrimonio paterno, tiene esa persona que parece clavada a ti.

Estos días, al hilo del éxito de la serie Succession, sobre un clan de magnates de la comunicaci­ón, se habla mucho de la idea del lujo silencioso. «If you know, you know», es la máxima del tipo de marca de ropa discreta que visten sus multimillo­narios protagonis­tas. En uno de sus episodios, el primo tonto del clan lleva a una cita advenediza a una de sus francachel­as y su bolso, marca Burberry, la delata. Es demasiado grande (¿quiere llenarlo de canapés para poder cenar esta noche?) y, sobre todo, es demasiado ostentoso (no por su precio, unos 3.000 euros, sino porque es evidente que se ha esforzado en pagarlo y en mostrar la marca). Los que la miran mal, sin embargo, llevan una gorra de 600 o una cazadora deportiva de 7.000, pero la clave es que eso «solo lo saben los que saben». A cierta distancia, y con buena voluntad, hasta un jersey Uniqlo puede parecerse a uno de la marca de Brad Pitt (2.500 euros).

Parece que en la pasarela también se opta por el minimalism­o y que se jibarizan los logotipos, y que las celebritie­s huyen de la estridenci­a, y cuando leo todos los textos que analizan semióticam­ente esos vestuarios pienso: esto me suena, mucho. El dinero en otros lugares se exhibe con más desparpajo, pero en mi ciudad se tiende a difuminar. Donde algunos han visto tradiciona­lmente una señal de buen gusto (de clase, dirán algunos, acertando involuntar­iamente), otros pueden ver una forma de preservar patrimonio (se guarda mejor una fortuna invisible… y en las películas siempre pillan al tonto útil que se compró demasiados relojes caros). Además, un pijo no tiene necesidad de mostrar nada (ni logotipos ni cochazos), porque no tiene nada que demostrar (no le hace falta). Así, Succession, donde no verás un Ferrari, sino un Tesla, es muy parecido al párking del Esclat de l’Empordà (donde proliferar­án coches grandes, sí, o buenos pero algo tronados, una cesión de la tieta, pero donde no detectarás mucho descapotab­le deportivo de notas o de nuevo rico).

Uno puede catalogar rapidísima­mente las pintas de un ejército de Cayetanos esteparios, incluso el look Saimaza de cierta Costa Brava, pero no es tan fácil interpreta­r el de un barcelonés con profesión creativa. Esto me lleva a afirmar que esto del lujo silencioso, de lo que tanto se habla ahora en Estados Unidos, se inventó en mi ciudad. Aquí, en realidad, no existen los pijos (una de las frases favoritas del pijo es: «ese es pijísimo», hablando de un tercero), porque nadie dice serlo ni quiere aparentarl­o en público. Todos podemos ser pijos en comparació­n con alguien (esto es una cadena trófica), pero ellos, los que verdaderam­ente lo son, no parecen verlo así. Y uno no sabe si es mejor que verdaderam­ente se lo crean o que mientan. Los viejos dilemas de si es peor un inconscien­te buena persona o un hipócrita mala gente (prefiero a los primeros, que conste), o, más allá, un cabrón obvio o un cínico taimado.

Por un lado, el lujo silencioso, sea en Nueva York o en Sant Gervasi, permite enviar a tu homólogo señales mudas: es el equivalent­e sutil del saludo del motero o de los tatuajes carcelario­s (un punto, carterista; tres, drogas; cuchillo atravesand­o cuello, homicidio). Pero tiene otra función, más sutil: quien no entienda el código pensará que puede ser como tú, que no existe el privilegio, que no hay necesidad de hablar de este.

Es así ahora, que se habla de lujo silencioso, y antes, cuando nadie controlaba esa etiqueta. Lo explica muy bien Ignacio Martínez de Pisón en su novela El día de mañana, en la que un maño pobretón descuida su ropa para infiltrars­e en los ambientes antifranqu­istas de apellidos ilustres barcelones­es que visten con gracioso desaliño: «Era un pobre, disfrazado de rico, disfrazado de pobre. Es decir, un pobre». ■

Quien no entienda el código pensará que puede ser como tú, que no existe el privilegio

 ?? ?? Jeremy Strong, en el papel de Kendall Roy en ‘Succession’.
Jeremy Strong, en el papel de Kendall Roy en ‘Succession’.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain