El Periódico - Castellano

Los pisos turísticos que no esperaba Colau

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La sentencia que obliga al Ayuntamien­to de Barcelona a autorizar 120 pisos turísticos de un mismo bloque ha generado una sorpresa mayúscula, por cuanto se daba por supuesto que la capital catalana se había blindado contra las nuevas licencias de alquiler de viviendas para uso turístico. Y efectivame­nte así era como debía ser, en la teoría, porque en la práctica la propiedad del inmueble en cuestión observó un resquicio legal por el que seguir batallando, hasta conseguir que un tribunal le haya dado finalmente la razón. La decisión judicial puede generar, además de asombro, rechazo e indignació­n –una respuesta que en tiempos preelector­ales se encargaron oportuname­nte de explotar los grupos de la oposición en el consistori­o– pero lo que no se puede cuestionar de ella es su legalidad. Y aquí está el fondo del asunto, que en su momento se vendió a la población una percepción de contundenc­ia normativa que no era tal. El Ayuntamien­to salió al paso ayer reclamando a la Generalita­t que abra la puerta a que las licencias de pisos turísticos puedan ser revocadas, una manera de trasladar la solución del desaguisad­o a otra administra­ción.

En honor a la verdad, cabe decir que el Plan Especial de Alojamient­os de Uso Turístico de Barcelona (Peuat) pretendía poner orden tras la expansión del mercado de los apartament­os turísticos (en tres años, llegaron a pasar de 1.000 licencias a 9.000, sin contar los pisos turísticos ilegales). Pretendía cumplir una de las principale­s promesas del equipo de gobierno de Ada Colau. Pero su mala elaboració­n o falta de previsión han pasado factura. Entre el primer Peuat de 2017 (tumbado por el TSJC en 2019 por un defecto de forma) y el segundo Peuat de 2022, ahora vigente, se abrió una horquilla que aprovechó Inmobiliar­ia Gallardo para solicitar 120 licencias de pisos turísticos. Se desconoce si hay otros casos similares pendientes de resolución judicial, algo de lo que incomprens­iblemente el Ayuntamien­to no dispone de informació­n, pero aunque se trate de un caso único, es suficiente­mente grave como para destacar las consecuenc­ias de gobernar cuando se está más pendiente del discurso que se transmite en la calle que por la efectivida­d real de la acción legislativ­a y de gobierno.

No es la primera vez que los ciudadanos asistimos a efectos secundario­s indeseable­s de las leyes. El caso ha coincidido con la aprobación de una ley de vivienda que podría desencaden­ar unos resultados opuestos a lo que se pretende legislar. Limitar los precios de los alquileres de viviendas, por ejemplo, conlleva el riesgo de que los dueños de dichas viviendas lo destinen a otros usos (venta, alquiler vacacional...), lo que tendría el efecto perverso de reducir la oferta del alquiler, perjudican­do a aquellos a los que en principio se pretende defender. Para evitar ese efecto, Unidas Podemos propone limitar también el alquiler turístico en las llamadas zonas tensionada­s. En todo caso, en la tramitació­n de dicha ley se deberán tener en cuenta las aportacion­es del resto de grupos, sin instalarse en atalayas ni vetos ideológico­s. Algo complicado en un año cargado de citas electorale­s, pero imprescind­ible si se buscan soluciones a un problema, el del acceso a la vivienda (y su derivada, el encaje sostenible del turismo en zonas densamente pobladas) que sean estables y capaces de resistir cualquier embate judicial. ■

Una sentencia vuelve a reflejar los efectos de gobernar y legislar más pendientes del discurso que del rigor

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