Secuestros y cocaína, las lacras del Sahel
«Pensar que la variable religiosa explica la violencia en el Sahel es un gran error», explica en su nuevo libro Beatriz Mesa, experta en una región donde los grupos criminales campan a sus anchas.
Las regiones desérticas y desoladas del Sahel, especialmente en el norte de Mali, se han convertido en el escenario perfecto para los grupos criminales. En estas grandes extensiones áridas, las fronteras no existen, tampoco un Estado fuerte que garantice las necesidades básicas de la población. Esta ausencia de ayuda y control ha provocado que varias organizaciones, que se presentan como yihadistas o secesionistas, ocupen ese vacío y hayan convertido el narcotráfico, los secuestros, las armas y los recursos naturales en su principal negocio.
«El problema reside en el reparto de los recursos entre el norte y el sur de Mali y esto ya afecta a otros países vecinos con capas sociales inmensas que sufren la ignominia. La violencia es el oficio de los jóvenes que han visto en el arma una manera de reconocerse. Buscan empleo y ahí lo encontraron», relata Beatriz Mesa, experta en el Sahel y autora del libro Los grupos armados del Sahel. Conflicto y economía criminal en el norte de Mali (Catarata). Son 300 páginas que buscan poner orden a la espiral de violencia que vive este país y desmontar la idea de que la religión es el único factor que motiva a estos grupos.
«Pensar que la variable religiosa explica la violencia en el Sahel es un gran error», explica Mesa, quien remarca que como trasfondo hay codicia y control territorial para las élites armadas y supervivencia para el resto. Cuenta que desde el nacimiento de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) en 2007, había hombres armados vinculados a tráficos ilícitos y lícitos. «Lo que había era, por un lado, la expansión del wahabismo (doctrina religiosa de naturaleza fundamentalista) y, por otro lado, tráficos y secuestros que se hacían en nombre del yihad», cuenta la experta con más 16 años siguiendo de cerca la evolución de estos hombres armados desde Marruecos y en decenas de viajes al Sahel, especialmente Mali, Níger y Burkina Faso.
Estados paralelos
El paisaje de la violencia es hoy más complejo porque a AQMI se le atribuyen otras ramas como la de
Ansar Dine o el Frente de Liberación de Macinas, todas ellas bajo el liderazgo de un tuareg, Iyad Ag Ghali. Frente a este conglomerado existe otra organización rival, la autodenominada Daech que se mueve en la zona oeste de Níger, cerca de la frontera con el este de Mali, en la región de Menaka.
En 2003 empezaron los secuestros fuera de Mali y, junto al tráfico de cocaína y otras drogas, han permitido la independencia económica de estas organizaciones que funcionan como Estados paralelos. Esto ha provocado todavía más violencia, ya que les ha permitido comprar más armas y hombres y «ha posibilitado a los actores convertirse en ejércitos de oposición a los propios Estados», relata Mesa.
Sobre todo hay dos grupos diferenciados en esta región, los yihadistas y los independentistas. «Cada uno está asentado sobre una ideología con el mismo fin que no es otro que el control territorial y el poder económico. En estas tierras, liderar una tribu, el control de las rutas, de los puntos de agua, el control del oro, del petróleo, del gas, del narco, de la sal son motivos para emprender una insurgencia», explica la experta.
Salida francesa, llegada rusa
La amenaza de secuestro en el norte de Mali ha provocado que actualmente apenas haya presencia de europeos en la zona, ni cooperantes ni periodistas. Tampoco de militares franceses, que llegaron al país en 2013 y cuya presencia ha sido «un desastre», según Mesa, porque «ha producido mayor inseguridad». «Francia ha dejado de ser un socio fiable para Mali porque la integridad territorial del país sigue dañada por la presencia de los grupos armados». La intervención internacional ha contribuido a que Mali haya perdido su parte norte, Azawad, el origen de toda la violencia actual.
Con la salida de las tropas francesas del territorio maliense, en agosto 2022, Rusia ha ganado una silla preponderante en el paisaje saheliano. La percepción de la población es que «los rusos no se casan con nadie y su objetividad les hará intervenir en el norte de Mali para devolverle al Estado la integridad». El problema, explica Mesa, «es cómo van a intervenir (en alusión al Grupo Wagner) porque hasta el momento el balance es malo debido a las actuaciones arbitrarias cometidas».
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