Paseo por los 9 pavimentos de las ‘superilles’ del Eixample
Para aquellos que literalmente quieren saber el suelo que pisan, que sepan que en los nuevos ejes verdes del Eixample lo harán sobre nueve tipos distintos de pavimento, desde las baldosas de simple cemento compactado que Barcelona ha conseguido convertir en un icono de la ciudad, hasta losas graníticas procedentes de canteras de Extremadura y Galicia. La disposición de todos esos tipos de pavimento puede parecer caprichosa, como si el arquitecto en jefe de Barcelona, Xavi Matilla, se las hubiera querido dar de Piet Mondrian del urbanismo, pero hay menos azar ahí del que parece a simple vista. Este es el suelo que pisamos.
Quintana de la Serena (Badajoz) y sus 4.500 habitantes son la envidia de su comarca por la cantera de granito con la que han calzado a media España. Dicen que tienen piedra para más de 200 años. De Extremadura viene la mayor parte de los adoquines con los que se ha sustituido el asfalto en Consell de Cent, Girona, Rocafort y Borrell.
La Barcelona antigua, la que hoy es Ciutat Vella, se edificó con esa piedra local. Esas calzadas de aspecto gótico que los turistas y, también algún nativo, suben a Instagram son en realidad una modernez. Milimétricamente cortado y tratada su superficie como corresponde, proporciona unos adoquines antideslizantes perfectos para caminar.
Granito Blanco Cáceres y más
Son pocas, pero encajadas entre las losas procedentes de Quintana de la Serena aparecen de vez en cuando piezas cuatro veces más grandes procedentes de otras canteras extremeñas. Son más claras. Son una perfecta oportunidad para explicar
De las baldosas de simple cemento compactado que Barcelona ha logrado convertir en icono, a las losas graníticas procedentes de canteras de Extremadura y Galicia, hay mucho suelo distinto que pisar en este distrito en transformación. No tiene una disposición al azar, sino muy pensada.
porque el pavimento de los ejes verdes parece un catálogo de suelos. Se corrige así lo que se considera un error cometido en la superilla de Sant Antoni. En aquella primera pacificación, aceras y calzada quedaron al mismo nivel, pero mantuvo un similar aspecto original para cada antigua parte de la calle. El resultado es que los peatones tienden a transitar por lo que antes era la acera y renuncian muchos de ellos a pasear por la parte central. .
Por otro lado, aunque hay que buscarlos con paciencia para encontrarlos, por ejemplo en la plaza que está en pleno parto de obras en Consell de Cent con Enric Granados, hay una tercera variedad de adoquines de nueva factura. Su singularidad, además del tono levemente rosado, es que proceden de Porriño, otro pueblo, este gallego, agraciado con una cantera de colosales dimensiones.
Y existen los centenarios. La conversión de la calle de Girona en un eje verde deparó tres sorpresas tan pronto como se comenzó a levantar el asfalto. Entre la calles de Mallorca y la Diagonal vieron de nuevo la luz los muros de una masía del siglo XVI o tal vez XVII. Se documentó y se volvió a sepultar, porque quién sabe si futuros arqueólogos que hoy están en primaria querrán algún día estudiarla con más calma.
Aparecieron también las vías del tranvía que cubría parte de su ruta por la ciudad por la calle de Girona. Ni se retiraron ni se sepultaron. Se modificó sobre la marcha el proyecto de urbanización. No son exactamente un pavimento, pero han sido tratadas como tal, ni que sea para no tropezar con ellas.
La tercera sorpresa no fue menos interesante. No había playa bajo el asfalto, cuestión ya dilucidada en mayo de 1968 en París, había adoquines, perfectamente conservados, auténticas antigüedades de la historia del Eixample, piezas de las que, sin embargo, se desconoce aún, a día de hoy, su origen, y eso que de los suelos de Barcelona hasta se han escrito tesis doctorales, la más célebre la de la profesora de diseño Danae Esparza.
Ildefons Cerdà, que como ingeniero planificó el Eixample hasta el más ínfimo detalle, sopesó diversas alternativas para urbanizar las calles de la nueva Barcelona. ¿Asfalto? ¿Macadam? ¿Madera? Al final, la solución elegida fueron los adoquines, tan gruesos que ha sido posible ahora partirlos por la mitad y obtener dos unidades.
Modelo podotáctil
Son las baldosas probablemente menos caprichosas de los ejes verdes. Su diseño y color son irrenunciables, porque marcan el camino para los invidentes totales y también para quienes sufren una pérdida parcial de visión. Siguen líneas rectas, libres de obstáculos, siempre entre la primera fila de árboles y la fachada de los edificios. Bajo ningún concepto las sillas de una terraza de bar deberían cortar esa senda. Parecen de dos colores, de dos tonalidades distintas del gris. Es un efecto óptico.
Y no hay adoquines de granito en lo que antes de la reforma eran la aceras. Tiene su razón de ser. Cuando no es la compañía del gas la que abre una zanja, es un del sector de las eléctricas la que lo hace. El granito es caro. El cemento, no, y de ese material están hechas las baldosas más reconocibles de la ciudad, las de la flor y las que parecen una chocolatina, las preferidas por los urbanistas, porque se pueden partir por la mitad para completar el puzle del pavimento y ni siquiera así pierden su esencia.
Otro caso, en la ruta con Matilla. No se suele reparar en ello, pero las baldosas del paseo de Gràcia (la obra más modesta de Antoni Gaudí en esa calle) contienen la silueta de tres especies marinas, una caracola, una estrella de mar y un sargazo. Es el octavo tipo de pavimento de las nuevas superilles. El noveno son las simplemente lisas, las que sirven, por ejemplo, para unir las podotáctiles con las graníticas.
Esas gaudinianas se asoman unos metros adentro de Consell de Cent cuando esta calle se cruza con el paseo de Gràcia. Son una seña de identidad de esa avenida desde 1906, cuando se colocaron por primera vez en la ciudad. En los años 70 se cometió el pecado capital de la soberbia y se rediseñaron, más grandes, más azules y, ¡ay!, más frágiles. En 1997 se corrigió aquel error.
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