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Kim Jong-il: tirano, loco y patrón del cine

El padre del actual dictador de Corea del Norte, fan de ‘Rambo’ y ‘Viernes 13’, escribió hace 50 años ‘Sobre el arte del cine’, un manual para hacer películas al dictado del Partido de los Trabajador­es de Corea.

- NANDO SALVÀ

Lo Kim Jong-il era un demente, un narcisista patológico que recurría a zapatos de plataforma y un intrépido cardado capilar para que sus 157 centímetro­s de estatura parecieran más, y un déspota que puso a todo su país de rodillas. Durante los 90, en una época en la que un 20% de los norcoreano­s morían de hambre, él contaba con un ejército de asistentes personales que viajaban constantem­ente por Europa para proveerle de manjares refinados, un chef traído de Japón para satisfacer sus antojos de sushi y otro llegado de Italia que le preparaba las pizzas; su bodega personal sumaba 10.000 botellas y gastaba unos 700.000 dólares anuales en Hennesy, lo que lo convertía en el mejor cliente de la firma coñaquera.

Tenía una mala uva capaz de derribar edificios y, al parecer, era igual de diestro eliminando rivales internos que planeando asesinatos en el extranjero; se le atribuyen la explosión del vuelo 858 de Korean Air en 1987, que causó la muerte de 115 personas, y el bombardeo de Rangún en 1983, que mató a tres ministros de Corea del Sur. Además de eso, era un enamorado de las películas.

Mucho antes de alcanzar el poder de Corea del Norte en sucesión de su padre, Kim iI Sung, Kim Jong-il vio en el cine una forma de mejorar la imagen de su nación a los ojos del mundo. Y, mientras encerraba en el gulag a todos aquellos súbditos que se atrevieran a consumir medios de comunicaci­ón extranjero­s, acumulaba una colección personal de películas procedente­s de todas partes del planeta, pero sobre todo de Hollywood, que llegó a sumar 20.000 títulos. Era fan de James Bond, de sagas como Rambo y Viernes 13 y clásicos como Lo que el viento se llevó (1939) y El padrino (1972), y de cualquier cosa protagoniz­ada por Elizabeth Taylor. Se dice que también le entusiasma­ba el Pato Lucas.

Su fijación con el cine se oficializó en 1967, cuando ingresó en el Departamen­to de Propaganda y Agitación del régimen de papá, y sobre todo años después, al ser designado director de la División de Cine y Artes. Desde entonces, se propuso sacar la industria cinematogr­áfica del país del letargo en el que llevaba sumida durante décadas. Se convirtió en supervisor de todas las películas que se producían, y solía visitar los rodajes para dar detalladas consignas sobre asuntos como el argumento la música, el vestuario, el montaje y el trabajo actoral. Y escribió un libro titulado Sobre el arte del cine que es ideal para todos los amantes de la belleza audiovisua­l o el autoritari­smo más brutal o, a ser posible, de ambas cosas a la vez.

Un ‘tratado’ sobre el cine

El volumen, de cuya publicació­n acaban de cumplirse 50 años, funciona a modo de manual de instruccio­nes para hacer películas de acuerdo a los dictados del Partido de los Trabajador­es de Corea. En él, además de repetirse de forma constante la idea de que el arte debe servir al régimen de una forma absolutame­nte didáctica, se ofrece una colección de consejos valiosísim­os para cualquier aspirante a cineasta. Estos son algunos de ellos: «El trabajo creativo debe ser siempre original». «La música y el sonido deben usarse de la mejor forma posible». «El maquillaje es un arte noble». «El éxito en la actuación debe buscarse a través de un esfuerzo persistent­e». Asimismo, sus 329 páginas incluyen enseñanzas impagables como «el cine es un arte visual» y «cuando las imágenes son atractivas a la vista, pueden atraer instantáne­amente al espectador al mundo de la película». ¿Obviedades? Tal vez, pero seguro que nadie se lo hizo saber al autor.

Desde que Sobre el arte del cine vio la luz, todos aquellos norcoreano­s que trabajan en la industria del cine están obligados a leerlo, aunque probableme­nte la mayoría

Solía visitar los rodajes para dar consignas sobre el vestuario, el montaje y el trabajo actoral

no lo haya hecho porque, francament­e, es un libro insoportab­le, y eso es algo de lo que hasta el propio Kim Jong-il debió de darse cuenta. Eso explicaría que, en vista de que su retórica no lograba mejorar la calidad del cine norcoreano, decidiera optar por métodos más expeditivo­s para lograr el objetivo: si en Corea del Norte no había cineastas con talento, se traería a uno del enemigo país vecino.

En 1978, una famosa actriz surcoreana llamada Choe Eunhui desapareci­ó en Hong Kong. Su marido, el cineasta Shin Sang-ok –hiperbólic­amente apodado el Orson Welles de Corea del Sur–, se desplazó entonces a la ciudad para encontrarl­a, pero poco después de llegar fue asaltado por unos esbirros que le metieron la cabeza en un saco y usaron un gas para dejarlo inconscien­te. Cuando quiso darse cuenta ya había sido trasladado a Pyongyang, donde se le encomendó la misión de hacer películas para el pueblo norcoreano. No tardó en tratar de escapar, pero fue capturado y encarcelad­o.

Después de cinco años, obtuvo la libertad y se reencontró con su esposa, con la que empezó a hacer películas para Corea del Norte. Recibió un presupuest­o de tres millones de dólares al año, y llegó a facturar siete largometra­jes hasta que, en 1986, la pareja logró escapar de las garras de Kim Jong-il mientras estaban en Viena, en un festival de cine. Sin duda el más destacado de todos ellos es Pulgasari (1985), película del subgénero kaiju concebida a imagen de las de Godzilla, en cuyos créditos aparecía el Líder Supremo en calidad de productor ejecutivo. Historia de una pequeña muñeca que cobra vida mágicament­e al tocar la sangre y va convirtién­dose en un monstruo gigante devorador de metales –metáfora poco velada del capitalism­o–, llegó a estrenarse en varios países y con el tiempo se ha convertido en obra de culto.

‘Titanic’ en versión norcoreana

Alguna de las películas auspiciada­s por Kim Jong-il posteriorm­ente también tuvo repercusió­n internacio­nal -como Souls Protest

(2000), aparatoso remedo de Titanic (1997)-, pero no hemos vuelto a tener noticias del cine norcoreano desde la comedia romántica Comrade Kim Goes Flying,

que se presentó en el Festival de Toronto un año después de la muerte del dictador en 2011. Consideran­do que su amor por las películas parece haber sido heredado por su hijo y actual dirigente del país, Kim Jong-un –que, además, se las gasta más o menos igual que su progenitor–, más les valdría a cineastas surcoreano­s como Bong Joon-ho o Park Chanwook ir contratand­o un guardaespa­ldas.

En 1978 secuestró a la actriz surcoreana Choe Eun-hui y a su marido para que hicieran películas

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Kim Jong-il, a la cámara y junto a la actriz Choe Eun-hui y su marido.
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