El Periódico - Castellano

«Un hijo es un espejo que te devuelve tus virtudes y tus miserias»

El guionista inseparabl­e de Alberto Rodríguez (‘La isla mínima’, ‘El hombre de las mil caras’, ‘Modelo 77’) debuta en la dirección con la miniserie ‘El hijo zurdo’, relato intenso sobre la maternidad que acaba de triunfar en el festival Canneserie­s.

- JUAN MANUEL FREIRE

— Para su primera obra como director se ha apoyado en una obra ajena, una novela de Rosario Izquierdo. ¿Qué le atrapó del libro y le impulsó a ponerlo en imágenes?

— Conocía a Izquierdo por Diario de campo, su primera novela, y me había gustado mucho. Entroncaba con esa Sevilla periférica que me resulta próxima y me suele interesar abordar. Mientras buscaba cosas que me apeteciera hacer, mi chica me recomendó leer este otro libro porque sabía que encontrarí­a algo que contar. Sobre todo, me atrajo lo relacionad­o con la maternidad, con la paternidad, con ese momento en el que la comunicaci­ón entre una madre y un hijo, o un padre y un hijo, se fisura. Sentí que era una forma de hablar de algo que llevaba mucho tiempo preocupánd­ome.

— ¿La pérdida de conexión entre madres y padres e hijos?

— La paternidad fue algo determinan­te en mi vida. Muy aterrador por un lado y muy esperanzad­or, por otro. Eso estaba concentrad­o en el espíritu de la novela. Me interesaba la idea del hijo como espejo de uno mismo: te devuelve todas tus virtudes, pero también todas tus miserias. Hablar de un hijo es hablar de uno mismo. Y hablar de la relación que tienes con un hijo es hablar de tu propio viaje.

— Tras un puñado de thrillers realistas, alguno bastante alambicado, en esta ocasión trabaja sobre todo con lo emocional y lo sensorial. Es una serie muy física. ¿Le atraía desmarcars­e de lo anterior?

— En cierto modo era algo que ya había hecho. Lo que Alberto [Rodríguez] y yo probamos a hacer en After se parecía bastante a El hijo zurdo. Me apetecía volver a eso porque las tramas pueden esclavizar mucho. Los personajes se abren paso a codazos para determinar un espacio dentro de la ficción. Ahora me apetecía que fueran los personajes los que me fueran empujando a un plano mucho más emocional, sensorial y físico. La serie tiene algo literalmen­te vibrante, una nota suspendida constante, un ruido siempre al fondo.

— Sorprende no solo las canciones usadas, mucho rotundo neofolclor­e (Bronquio, Dalila, Califato 3/4), sino también cómo se usan: resultan intrusivas de la forma más estimulant­e.

—Cuando acabé la serie, me di cuenta de que todo el subtexto emocional estaba demasiado a flote. No era lo que buscaba. Todo remaba en la misma dirección y el conjunto se hacía pesado. Fue entonces cuando uno de los montadores me puso Cieguita, la canción de Dalila que marca el segundo episodio. Aquello me hizo ver que debía tirar de canciones y hacerlas remar en dirección contraria, o usarlas para sacar a flote el subtexto de forma menos evidente. Había especulado con la posibilida­d de usar un tema de Bronquio y Rocío Márquez para la cabecera, pero al final vi que, por el ritmo de montaje, tampoco era necesario. Fue un poco tirando de Bronquio y de la escena sevillana más independie­nte como di con un conjunto de canciones que me servían de elemento disruptivo y que ayudaban a ir a la entraña de la serie.

— Otro elemento radical e inesperado es el trasvase entre formatos.

— Me influyeron dos cosas. Por un lado estaba la cuestión de la memoria: el personaje de Lola [María León] vive un poco en un espacio perdido, una isla imposible a la quiere volver, y creo que esa imagen necesitaba un formato distinto, algo como el 1:1. Pero también quería crear un discurso a partir de la memoria. A ser posible, sin recurrir a eso tan petardo que son los flashbacks.

— Cuando supe que El hijo zurdo se componía de seis episodios de alrededor de 20 minutos, lo primero que pensé fue: «Aquí estamos con otra película forzada a ser una serie». Una vez vista, se me hace difícil imaginarla como película. Es una historia pensada claramente en dosis breves e intensas.

— Siempre iba a ser una serie, y además, sin posibilida­d de una fuga ni una segunda temporada. Y la intención era que cada capítulo fuera una unidad electrizan­te. El nivel de intensidad que reivindico, cercano muchas veces al melodrama, solo se podía lograr exitosamen­te con esta estructura.

— Alberto Rodríguez aparece en su pequeña lista de agradecimi­entos personal. ¿Por todo lo que han aprendido juntos?

— Llevo muchos años aprendiend­o de uno de los mejores directores que tenemos ahora mismo. Le he acompañado en todos los procesos: del casting a incluso montaje. Por otro lado, también quería distanciar­me del tratamient­o que habríamos dado juntos a este material. No quería volver a ese realismo especialme­nte… realista. Quería abordar realidades parecidas de una forma más artificial, en un buen sentido. Segurament­e el uso que he hecho de la música no le ha debido gustar mucho [sonríe]. ¡He de preguntarl­e!

— Pero hay rastros claros de su trabajo con él. Aunque no veamos pistolas, el thriller sigue latente.

— Conozco relativame­nte bien los mecanismos del thriller y me parecía que era interesant­e aplicarlos a una historia pequeña de personajes. Aquello que hablábamos antes de la vibración. Se debía intentar que entre cada arranque y cada final hubiera un elemento vertiginos­o que te impeliera a querer saber un poco más. Eso me parecía esencial.

— Como en 7 vírgenes, Grupo 7 o la serie La peste, la acción se sitúa en Sevilla, una Sevilla poco turística, no demasiado visitada por la ficción. Últimament­e vemos cómo las historias se empiezan a descentral­izar, a ir más allá de los dos núcleos urbanos prototípic­os. ¿Es algo que le anima?

— Muchísimo. Al final quien escribe está indagando en uno mismo. Y para ello la ciudad donde has crecido y te has conformado debe formar parte de la historia. El otro día oía a alguien conocido decir que las historias se han de deslocaliz­ar para hacerlas universale­s. ¡Me llevé las manos a la cabeza! Justamente lo contrario es lo interesant­e. Me siento a gusto trabajando esta cuestión narcisista del reconocimi­ento de mi ciudad e incluyendo en esta serie las marchas de Semana Santa, la radio sonando con tertulias taurinas, las bandas municipale­s ensayando en la calle… Esos sonidos propios y esas vírgenes permanente­s en una ciudad que es absolutame­nte mariana, pero también todo lo contrario.

«La paternidad fue determinan­te en mi vida. A la vez aterrador y muy esperanzad­or»

 ?? David Castro ?? Rafael Cobos, el guionista de ‘La isla mínima’ que da el salto a la dirección.
David Castro Rafael Cobos, el guionista de ‘La isla mínima’ que da el salto a la dirección.

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