El Periódico - Castellano

Carrera espacial, carrera militar

El Tratado sobre el Espacio Ultraterre­stre no es suficiente para gestionar una ámbito que pronto llevará a contencios­os sobre reclamacio­nes de propiedad.

- Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitari­a (IECAH) JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE

Más allá del afán de aventura, del progreso tecnológic­o per se y del negocio que pueda representa­r, desde su mismo nacimiento, la carrera espacial es una cuestión de prestigio y, más concretame­nte aún, de poder militar. El espacio es, en definitiva, el cuarto ámbito de competenci­a geoestraté­gica entre las grandes potencias, junto al terrestre, naval y aéreo. Algo que quedó de manifiesto ya en 1957, en plena Guerra Fría, cuando la URSS lanzó el satélite Sputnik, sorprendie­ndo a un Estados Unidos que se creía superior tecnológic­amente.

Una sorpresa y un temor que llevó a John F. Kennedy a plantear que antes del final de la década de los sesenta llegarían a la Luna, volviendo a tomar la delantera. No en vano Washington decidió en diciembre de 2019 crear una Fuerza Espacial, seguido en Moscú, en junio de 2001. Desde entonces, y tras un paréntesis de menor interés mediático, el 27 de mayo de 2020 Estados Unidos volvió a enviar una tripulació­n al espacio desde su suelo y con sus propios vehículos (una nave Crew Dragon desde un cohete Falcon 9) y ahora se empeña en la misión Artemis. Son pasos significat­ivos para volver a liderar una carrera a la que se ha apuntado también China, que entró en la pugna en 1992 con un programa que le permitió 11 años después poner un astronauta en órbita. Ahora, con su programa Chang’e ya ha logrado alunizar en la cara oculta de la Luna (febrero de 2019), cuenta con su propia estación espacial desde 2021 (Tiangong) y ya se plantea contar en 2030 con una colonia lunar permanente y lanzar una sonda que debe aterrizar en el suelo de Marte. Entretanto, Rusia planea lanzar en julio de este año la nave espacial Luna-25 para estudiar el suelo lunar, tras un paréntesis de 45 años. A eso le seguirá el alunizaje de cosmonauta­s en 2035 y la creación de una base lunar en 2040.

En paralelo, son cada vez más los actores privados interesado­s en aprovechar los avances tecnológic­os que permiten pensar en cuantiosos beneficios empresaria­les ligados al turismo espacial, a las telecomuni­caciones satelitale­s y a la explotació­n de los cuantiosos yacimiento­s de minerales, tierras raras y, sobre todo, Helio-3 provenient­e del viento solar y muy atractivo en procesos de fusión nuclear. De ese modo se va perfilando un modus operandi que apunta a una mayor cooperació­n público-privada para asumir los enormes costes de una exploració­n que apunta más allá de la Luna. Y todo ello mientras solo contamos con el Tratado sobre el Espacio Ultraterre­stre, establecid­o en 1967, como instrument­o de control. Un instrument­o que plantea un uso pacífico del espacio exterior (más allá de los 100 km. de altitud) y prohíbe el despliegue de armas nucleares en la órbita de la Tierra, su instalació­n en la Luna o en cualquier plataforma orbital, así como la realizació­n de actividade­s militares.

Un acuerdo a todas luces insuficien­te para gestionar una competenci­a que pronto llevará a contencios­os sobre reclamacio­nes de propiedad de lo que, según dicho tratado, es patrimonio común de la humanidad.

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