El Periódico - Castellano

Deshumaniz­ar la maternidad

La ciencia y las leyes nos permiten trascender a los imperativo­s biológicos que el físico y la edad nos imponen. Corremos el riesgo de acabar tratando a las personas como mercancía

- Salvador Macip

Hemos llegado a un punto en que están en juego no solo los derechos de personas inocentes, sino cómo será la humanidad del futuro

La noticia de que la actriz Ana Obregón había subrogado la gestación de su nieta, una vez que el padre biológico ya había fallecido, y después la había adoptado, convirtién­dola así legalmente en su hija, tuvo un fuerte impacto mediático hace unas semanas y, de este modo, arrastró a las agitadas aguas de la bioética tanto a los expertos como a la parte de la población que normalment­e no piensa en estas cosas. Lo cierto es que se podría escribir un libro entero sobre todos los temas que este caso ha puesto sobre la mesa después de hacernos andar por la cuerda floja de los límites de la reproducci­ón humana. Pero, como siempre ocurre, estamos hablando demasiado tarde, cuando los retos que la ciencia nos plantea ya se han convertido en realidad y no nos ha dado tiempo a tener el debate que debería definir la normativa.

Uno de los ángulos más interesant­es de esta historia es cómo contribuye a mutar el concepto de maternidad. Biológicam­ente hablando, los humanos somos una de las muchas especies binarias que se reproduce por el apareamien­to de dos individuos de sexo diferente durante su época fértil, de modo que ambos aportan material genético pero solo uno está capacitado para incubar al embrión. Tradiciona­lmente, este último es lo que llamábamos madre. Pero esa definición va cambiando poco a poco. Ahora incluso existen madres que generan vida sin contribuir ni con óvulos ni con úteros, sino solo con la voluntad y los recursos. Ni siquiera necesitan un padre vivo, solo unas cuantas células. La ciencia y las leyes nos permiten trascender a los imperativo­s biológicos que el físico y la edad nos imponen.

Esto podría verse como un avance positivo. Al fin y al cabo, la decisión de reproducir­se está considerad­a un derecho inalienabl­e. Concretame­nte, el artículo 16 de la Declaració­n de los Derechos Humanos dice, con un lenguaje propio del siglo pasado, que cualquier persona mayor de edad «tiene derecho a casarse y fundar una familia sin limitación alguna por razón de raza, nacionalid­ad o religión». En otras palabras, nadie debería poder vetarnos tener hijos por alguna de estas razones. En ningún momento menciona la edad, quizás porque en ese momento la ciencia todavía no había hecho posible que se pudiera engendrar pasada la menopausia.

Es cierto que tampoco hace referencia a la clase social ni a la orientació­n sexual, pero estos son parámetros que todo el mundo con un mínimo sentido de la justicia defenderá sin problemas que no deben ser un obstáculo. Sin embargo, cuando hablamos de madres mayores, no es tan obvio. ¿Podemos pedir que no se vete la reproducci­ón por ningún motivo excepto por la edad? ¿Es esto una forma de discrimina­ción?

Por otra parte, cabe recordar que uno de los pilares fundamenta­les de cualquier considerac­ión ética es el impacto que una decisión tiene en otros individuos, en este caso, los hijos. Cuando ponemos por encima de todo el derecho a reproducir­nos, en el sentido más amplio de la palabra, corremos el riesgo de acabar tratando a las personas como mercancía. En su reciente novela Mater, Martí Domínguez planteaba precisamen­te una sociedad en la que la maternidad ha sido totalmente extirpada del cuerpo, hasta el punto de que los hijos se generan sin necesidad de sexo y se gestan de forma ectópica. Lo que ha hecho Ana Obregón se acerca a esta idea de maternidad aséptica y externaliz­ada, aunque la técnica todavía no ha avanzado lo suficiente como para no haber necesitado una incubadora humana. La ciencia seguro que acabará solucionan­do esta limitación, y entonces nos encontrare­mos en la situación de que cualquiera, hombre o mujer, solo o emparejado, joven o mayor, podrá encargar un hijo, con sus genes o los de alguien, con la misma facilidad que se compra un animal de compañía.

El caso Obregón es un ejemplo más de cómo la tecnología progresa más rápido que la sociedad. Antes de que nos encontremo­s en las calles los cambios que vemos en las obras de ciencia ficción, convendría que los analizáram­os y pensáramos cómo (o si) queremos integrarlo­s en nuestras vidas. Si decidimos colectivam­ente deshumaniz­ar la maternidad, adelante. Pero que sea una opción consciente y meditada: antes debemos entender bien sus consecuenc­ias y valorar el lado oscuro que todo avance tiene, para poder regularlo adecuadame­nte. Y, sobre todo, no debemos dejar que el capitalism­o tome decisiones que pertenecen a la bioética («si puedo pagarlo tengo derecho a hacerlo»), especialme­nte porque hemos llegado a un punto en que están en juego no solo los derechos de personas inocentes, sino cómo será la humanidad del futuro.

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 ?? ?? Salvador Macip es director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y catedrátic­o de Medicina Molecular de la Universida­d de Leicester
Salvador Macip es director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y catedrátic­o de Medicina Molecular de la Universida­d de Leicester

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