El Periódico - Castellano

La pobreza abre la brecha de la obesidad infantil

El encarecimi­ento de la cesta de la compra agrava la mala alimentaci­ón y el exceso de peso en los niños. El 16% de los menores de entornos desfavorab­les sufren obesidad, el doble que en los hogares con más ingresos.

- ELISENDA COLELL BEATRIZ PÉREZ

Un 30% de los niños catalanes tiene sobrepeso u obesidad. Si solo nos fijamos en la obesidad, veremos que el problema es mayor en los hogares con menos ingresos: esos niños presentan una tasa de obesidad del 16%, el doble que la registrada en hogares más acomodados (la media se sitúa en un 11,8%). Las cifras, no obstante, llegan a triplicars­e en la obesidad severa, según los últimos datos publicados por la Fundación Pau Gasol. Los médicos advierten de que cada vez es mayor la brecha de la obesidad entre los niños de las familias con más recursos y los niños de las familias con menos, agravada por el encarecimi­ento de la cesta de la compra.

A falta de datos definitivo­s, facultativ­os y oenegés alertan a EL PERIÓDICO de que se trata de un «problema de salud pública» que impacta en la calidad y la esperanza de vida, y que está empeorando por la subida de precios. Para una parte de la población, mantienen, el pescado, la carne, la fruta y la verdura son cada vez más inaccesibl­es. En España, el consumo de pescado se ha reducido un 20% en el primer trimestre del año según la asociación de fabricante­s y distribuid­ores AECOC. Los bancos de alimentos, a los que acuden las familias más necesitada­s, no pueden garantizar los productos frescos.

Más precoces y severas

«La diferencia entre clases socioeconó­micas, que no solo se definen por el poder adquisitiv­o, sino también por el nivel educativo, se refleja mucho en la obesidad. Vemos cómo va disminuyen­do en las clases ricas y aumenta en las desfavorec­idas. La brecha es ahora mayor que antes», dice la jefa de Endocrinol­ogía del Hospital Sant Joan de Déu (Esplugues de Llobregat), Marta Ramón, también responsabl­e de la unidad de obesidad del centro. «Ahora hay obesidades más precoces y más severas. Si antes visitar a un menor de 5 años con obesidad era excepciona­l, ahora lo veo cada semana», dice. Los médicos apuntan a que en los próximos años se verán las consecuenc­ias de la inflación en la salud.

En la calle también las oenegés constatan las dificultad­es para comer. «Las familias nos lo dicen: lo que antes compraban por 25 euros ahora cuesta 50», resalta Arantza Sagasti, coordinado­ra del espacio socioeduca­tivo de Save The Children en Trinitat Vella (Barcelona). Una realidad que confirman otros centros educativos para niños en riesgo de pobreza. «Las familias cada vez tienen menos dinero y los precios siguen subiendo: es un desastre», señala la directora de la Associació Educativa Itaca (en L’Hospitalet), Lídia González.

Por ejemplo, los educadores ven el problema cada tarde en las meriendas que traen los niños. «Comen mucha bollería y producto procesado, que es más barato y cuesta menos de un euro», explica Sagasti. También es habitual que, a medida que acaba el mes, los niños se vayan «olvidando» de traerla.

El desayuno va por barrios

Y con el desayuno igual: en los distritos barcelones­es más modestos (Horta-Guinardó, Ciutat Vella, Nou Barris y Sant Martí), el porcentaje de adolescent­es que van al colegio sin desayunar es mayor, según la Agència de Salut Pública de Barcelona (Aspb). Por el contrario, Sarrià-Sant Gervasi, Les Corts o Gràcia son los distritos donde menos ocurre. La mayoría de jóvenes de 12 a 19 años desayunan cada día. Pero un 26% de chicas y un 20% de chicos no lo hacen nunca: son jóvenes que viven en Horta-Guinardó, Ciutat Vella, Nou Barris y Sant Martí. Los distritos donde esto ocurre menos son Les Corts, Sarrià-Sant Gervasi y Gràcia: en estas zonas, más del 60% de los menores desayunan cada día. «En casa se acaba el dinero y la comida», advierte Save The Children. La mayoría de los padres priorizan el alquiler, la luz y el agua antes que comer pescado o verdura.

«Muchas famillias tiran de hidratos: la pasta y el arroz son más baratos y saciantes. No pasan hambre, pero comen muy mal», certifica Mercè Darnell, responsabl­e de incidencia social de Cáritas Barcelona. Según una encuesta en niños desfavorec­idos en Catalunya de Save The Children, la obesidad infantil aumentó del 12,6% en 2017 al 29% en 2021. «En los hogares de renta alta, el 70% de los niños practican actividad física regular. En los de renta baja, solo el 52%: es un tema económico, los padres no pueden pagar las extra

escolares», señala Ona Lorde, responsabl­e de políticas de infancia de esta oenegé.

La doctora Ramón, desde Sant Joan de Déu, también apunta a que «la obesidad no es solo una cuestión de la cesta de la compra». El ejercicio físico también juega un papel. Y señala que los progenitor­es de los niños de familias más desfavorec­idas más habitualme­nte «enchufan a los pequeños» a las pantallas, lo cual fomenta el sedentaris­mo.

En la obesidad hay también una «brecha de género»: si los niños más favorecido­s tienen un porcentaje de actividad física moderada o intensa del 60%, este dato baja al 50% en el caso de los niños desfavorec­idos y hasta el 30% en el caso de las niñas.

Repercusio­nes

La obesidad causa diabetes, infartos agudos e ictus, entre otras enfermedad­es. También trastornos de salud mental. «Lo que vemos ahora en la vida infantil repercutir­á en la edad adulta», alerta Juanjo García, jefe de Pediatría de Sant Joan de Déu. En la unidad de obesidad del hospital, la doctora Ramón visisa a muchos niños cuyas familias «tiran» de banco de alimentos. «Es difícil que tengan acceso a verduras. Los servicios sociales están muy desbordado­s y tienen más dificultad­es que antes».

Las ayudas para la alimentaci­ón que ofrecen las administra­ciones a través de los bancos de alimentos tampoco ofrecen solución. La mayoría de centros, gestionado­s por voluntario­s y entidades sociales, suelen repartir productos que no se estropean: pasta, arroz y latas. Pero ni rastro de productos frescos. «Tenemos un problema enorme», se queja Darnell, desde Cáritas Barcelona. Las únicos que logran repartir comida fresca son las entidades sociales que tienen espacio y dinero para almacenarl­a en neveras y congelador­es. Son una minoría», insiste Darnell. ■

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El Periódico Un chaval en un carro de la compra.

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