El Periódico - Castellano

Pensamient­os de secano

Modernizar (y expandir) el regadío es poner parches para mantener un modelo alimentari­o que es en sí mismo parte del problema.

- MARTA GUADALUPE RIVERA FERRE

Estamos ante una de las mayores sequíasde las últimas décadas y parece que no hayamos aprendido nada. Las sequías son un fenómeno recurrente y caracterís­tico del clima mediterrán­eo, que se ve agudizada con el cambio climático. Ahora son más frecuentes e intensas, y sus impactos son más graves en un contexto de incremento notable de las temperatur­as. A pesar de saberlo, no hemos hecho los cambios necesarios para hacerle frente.

La producción de alimentos posiblemen­te sea el segundo uso directo más importante para el ser humano tras el agua de bebida. Los sectores agrícola y ganadero están en una situación crítica, las cosechas se pierden y el ganado no tiene agua. En este contexto, necesitamo­s ver qué hemos hecho bien y qué mal y tomar decisiones que tengan en cuenta todos los datos de los que disponemos. Entre otras cosas, debemos aprovechar esta sequía para replantear­nos nuestro modelo alimentari­o. La respuesta no puede ser una huida hacia adelante, y modernizar (y expandir) el regadío es precisamen­te eso: poner parches para mantener un modelo que es en sí mismo parte del problema. Problema

que la modernizac­ión del regadío no solo no resuelve, sino que a largo plazo acaba generando otros. Los datos muestran que las infraestru­cturas de riego que buscan una mayor eficiencia en el uso del agua no llevan per se a una reducción efectiva de la demanda, y sí aumentan la superficie regada.

La modernizac­ión del regadío desplaza a la pequeña producción, acelera el abandono y hace más vulnerable­s a los que la adoptan, ya que requiere de grandes inversione­s y los hace dependient­es del riego. Estas infraestru­cturas son además grandes consumidor­as de energía no renovable y por tanto, emisoras de gases de efecto invernader­o. En definitiva, ¿no es el regadío una solución cortoplaci­sta que incrementa nuestra vulnerabil­idad futura? ¿Y no será que el modelo actual requiere de más agua de la que disponemos? ¿Qué regamos? Regamos variedades de frutales que necesitan más agua que los árboles a raíz desnuda que, plantados en invierno, ya no necesitaba­n agua hasta marzo; árboles que fueron arrancados para ser sustituido­s por variedades más productiva­s, con mayor densidad de plantación, las que demandaba el mercado, y con ellos, desapareci­eron los pequeños viveristas, la diversidad, y de paso, se hundieron los precios por sobreprodu­cción. Regamos cultivos extensivos de secano, como el olivo o el almendro, que una vez intensific­ados, dependen del agua. Regamos unos suelos incapaces de retener agua de lluvia tras décadas de sobreexplo­tación y uso excesivo de fertilizan­tes de síntesis. Regamos mangos, aguacates, fresas para exportar y cultivos como el maíz para alimentar un ganado que apenas verá la luz natural. Todo esto es lo que tenemos que pensar, y plantear la sequía como una oportunida­d que nos permita hacer el cambio necesario en nuestro sistema alimentari­o hacia un modelo agroecológ­ico, resiliente, que no requiere de esas grandes inversione­s, sino de un cambio de mentalidad.

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