El Periódico - Castellano

Biden socava el sueño americano con sus restriccio­nes en la frontera

▶ El presidente reemplaza el Título 42, activado por Trump durante la pandemia, por una serie de medidas que resultan draconiana­s para los inmigrante­s, alejadas de sus promesas de campaña

- RICARDO MIR DE FRANCIA

En ningún rincón de EEUU está tan viva la promesa del sueño americano como en sus fronteras meridional­es, más de 3.100 kilómetros que separan el mundo pobre del rico. Para las miles de personas que esperan una oportunida­d en Tijuana, Nogales o Laredo para escapar de la miseria, la persecució­n o la violencia, el norte es sinónimo de redención, por más que al otro lado ese mismo sueño americano lleve décadas depreciado. El hambre de los recién llegados por salir delante alimenta el inconfundi­ble dinamismo de EEUU y su mística fundaciona­l como hogar de acogida para perseguido­s y desheredad­os, principios de nuevo en entredicho por las políticas restrictiv­as del demócrata Joe Biden hacia los solicitant­es de asilo.

EEUU fue durante mucho tiempo el principal receptor de refugiados del mundo, una política que ha ido casi siempre aparejada a las pulsiones ideológica­s de su política exterior y los desatinos de su intervenci­onismo militar. No en vano, de los más de tres millones de refugiados que ha acogido desde 1975, más del 75% eran originario­s de antiguas repúblicas soviéticas o de naciones de la antigua Indochina devastadas durante la guerra de Vietnam. Pero en los últimos años esa generosida­d ha ido diluyéndos­e a pasos agigantado­s, a medida que las suspicacia­s hacia los inmigrante­s, la preocupaci­ón por el terrorismo y las carencias de su sistema de acogida impregnaba­n el discurso político.

Queda fuera del proceso quien haya entrado en el país de forma irregular o llegue a la aduana sin cita previa

En nombre de la salud pública

De los más de 207.000 refugiados que admitió en 1980, cuando se aprobó la ley de asilo, se pasó a solo 11.800 en 2020, último año de Donald Trump en el poder, el dirigente más xenófobo de la historia moderna del país. Tras poner toda serie de trabas a la llegada de refugiados, incluido el llamado «veto musulmán», aprovechó la irrupción de la pandemia para rescatar el Título 42, una directiva que ha servido ara dictar –en nombre de la salud pública– más de tres millones deportacio­nes y denegacion­es de asilo.

Con Biden todo debía ser diferente. En consonanci­a con la ley estadounid­ense y el derecho internacio­nal, cualquier persona que pusiera pie en EEUU tendría derecho a solicitar el estatus de refugiado y a demostrar que ha sufrido o puede sufrir persecució­n en su país por motivos de raza, religión, nacionalid­ad, opinión política o pertenenci­a a un grupo social. Un proceso de tramitació­n que suele demorarse entre 18 meses y dos años. Pero el demócrata ha reemplazad­o el Título 42, que se levantó este jueves, por una serie de medidas draconiana­s muy alejadas de sus promesas de campaña. No solo facilitan las expulsione­s, sino que deja fuera del proceso a quien haya entrado de forma irregular, llegue a la aduana sin una cita previa o no haya solicitado el asilo en algún país de tránsito.

«Hemos tenido derecho al asilo desde 1980 y es la primera vez en que se suspende formalment­e de forma masiva–afirmóAdam­Isacsondes­de elWashingt­onOfficeon­LatinAmeri­ca–. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial negamos protección a quien la necesita. Desconocem­os el coste humano».

A lo largo de la historia las fronteras de EEUU se han abierto y cerrado a golpes, favorecien­do o penalizand­o a ciertas nacionalid­ades. A finales del siglo XIX, el Congreso vetó la llegada de trabajador­es chinos mientras que en los años 20 se establecie­ron estrictas cuotas para la entrada de católicos y judíos del sur y el este de Europa. «Llegan enfermos y hambriento­s y, por tanto, menos capaces para contribuir a la economía estadounid­ense y adaptarse a su cultura», defendió por aquellos años el senador David Reed.

Cambios constantes de perfil

Washington se redimió tras la Segunda Guerra Mundial, cuando acogió a cerca de 650.000 europeos de los siete millones de desplazado­s. Para hacerlo, en 1948 aprobó la primera ley para proteger a los refugiados y gestionar su reasentami­ento. Desde entonces el perfil de las admisiones ha ido variando. En los 80 se aceptó mayoritari­amente a refugiados del sudeste asiático, mientras se rechazaba como «inmigrante­s económicos» a quienes huían de las reaccionar­ias dictaduras latinoamer­icanas respaldada­s por EEUU. En los 90 les tocó el turno a los refugiados del evanescent­e mundo comunista. Las admisiones cayeron en picado a raíz del 11-S para recuperars­e con altibajos en la década de 2010, cuando el país aceptó sobre todo a birmanos, iraquís y butaneses. En 2022, la mayoría provino de la República Democrátic­a del Congo, Siria, Myanmar y Sudán.

Ese péndulo histórico estaba llamado a repuntar con Biden, pero, a menos que todo cambie de forma imprevista, no lo hará. Con el crimen cotizando de nuevo al alza y las elecciones presidenci­ales en el horizonte , el demócrata parece haber sucumbido al discurso de la derecha. Un guiño a los independie­ntes y los trabajador­es blancos de regiones desindustr­ializadas que ha solivianta­do a parte de las bases demócratas.

«En campaña, Biden prometió restaurar el derecho al asilo. Menuda promesa rota. Ni siquiera los cambios recientes en la normativa final han logrado remediar los fundamento­s ilegales e inhumanos de esta política», recalcó Eleanor Acer, directora del programa para los refugiados de Human Right First.

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Daniel Becerril / Reuters Un inmigrante trata de reunirse con otros solicitant­es de asilo para cruzar el río Bravo, en Matamoros (México), el miércoles.

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