El Periódico - Castellano

BARRACA Y TANGANA Una inspiració­n

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Uno de los sentimient­os más satisfacto­rios que aquellos que somos personas adultas, maduras y razonables podemos experiment­ar es el de ayudar a los demás.

Esa generosida­d se acaba convirtien­do en nuestro principal cometido en la sociedad. Tanto es así que a veces ni lo necesitamo­s planear. Nos sale natural.

El jueves salí de casa con una misión: acudir a un acto, saludar a Persona nº1, saludar a Persona nº2, recoger un obsequio y posar conjuntame­nte con Persona nº1, Persona nº2 y Don Obsequio para una foto frontal. Podría decirse que era una misión sencilla la mía, pero nunca hay que subestimar mi capacidad para complicar.

Cuando llegó el momento de la misión empecé bastante bien, la verdad. Saludé a Persona nº1, saludé a Persona nº2 y recogí el obsequio en una maniobra limpia, ágil y profesiona­l. Solo faltaba posar, pero entonces se me escapó un pequeño detalle. No pensé que estamos en mayo y que todo lo importante -las eliminator­ias de Champions, las elecciones, Eurovision, etcétera– se decide siempre por pequeños detalles. Lo dicen los que saben.

El detalle era que Don Obsequio tenía impreso un escudo del CD Castellón por una cara, que era la que debía mostrar en la foto, y yo estaba posando enseñando la otra cara, que no valía nada, ante la incredulid­ad general. Por fortuna, Persona nº2, que era la alcaldesa de Castelló, estuvo rápida y hábil para girar el obsequio con una contenida condescend­encia, y una elegancia casi maternal. Segurament­e lo hizo pensando ‘ah, periodista­s deportivos, cuánto me costarán de criar’ y no faltaría a la verdad. Si yo fuera ella, de hecho, usaría el vídeo de la secuencia en la campaña electoral, con el lema ‘Amparo Marco, la alcaldesa que ayuda a quienes más lo necesitan, hasta a lo peor de la sociedad’.

Lo importante de todo esto es que todos los que subieron después a recoger sus obsequios se fijaban en mostrarlo por el lado correcto, el del escudo, para la foto. Era lo primero que hacían, me di cuenta enseguida y lo contrasté después con Edu Chova, uno de ellos. He aquí mi impecable e innegable labor social: con tal de no ser como yo, los demás se esfuerzan por mejorar.

El peor, lo peor

Es algo que se valora poco: el ejemplo del mal. A menudo no te inspiran tanto los buenos como los malos. Cuando jugaba a fútbol, no me esforzaba para ser el mejor del equipo: me esforzaba para no ser el peor del equipo. Llegar a ser el mejor me daba igual. Lo fundamenta­l, y un objetivo de veras realista, era eludir el rol de peor del equipo.

En el fútbol profesiona­l, el peor del equipo es uno de esos sambenitos que se originan en una dosis de verdad, pero se enquistan después en injusticia general. Al peor del equipo se le reprochan cosas que al resto se le obvia o perdona. A menudo da igual que lo haga: acapara las críticas de los aficionado­s, que le cogen manía y le ponen la cruz, y es el recurso fácil para los periodista­s.

El peor del equipo sirve para explicar de una manera sencilla asuntos complejos. Todos los equipos necesitan un valiente que asuma esa carga, incluso estando meses sin jugar, y no hace falta que escriba nombres porque todos conocemos a alguno.

La paradoja es que los mejores equipos requieren un peor del equipo. Es una figura que guarda un valor: funciona de refugio para los demás, no se queja, no se agranda, no da problemas y suele ser un buen tipo. A ver si tratamos mejor al peor del equipo.n

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Enrique Ballester

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