Las palomas se apoderan de un bloque abandonado en Barcelona
El inmueble, tapiado y situado en el Pou de la Figuera, en el barrio de Sant Pere, Santa Caterina i La Ribera, es un nido de podredumbre y de pisos deshabitados desde hace años.
Alzan el vuelo en un solo aleteo furioso. Son muchísimas –decenas, sin riesgo a exagerar– las palomas que, de repente, sobrevuelan el Pou de la Figuera, emblema de resistencia vecinal y, a su vez, foco de algún que otro episodio perturbador en el casco antiguo de Barcelona. La bandada echa a volar desde el techo del casal del barrio y algunos pájaros, dispersos, se cuelan por los resquicios del cobijo que han invadido en la plaza sin que medie resistencia.
Ejerce de guarida un bloque tapiado de pisos abandonados. La estampa decrépita que luce facilita que haya mudado en escondrijo asilvestrado: las ventanas rotas y los balcones abiertos de par en par dejan paso franco al interior del inmueble, guarida para aves callejeras. Las palomas asomadas en las barandillas dan cuenta de que allí no vive nadie. Son un puñado de domicilios desperdiciados tras un portal blindado en Ciutat Vella, el distrito con más solicitantes de vivienda de emergencia en la capital (144 expedientes en marzo pasado en la Mesa de Emergencia) y donde más personas aguardan a recibir las llaves que el ayuntamiento se demora en entregar (127 casos pendientes).
«De ahí saldrían unas cuantas viviendas sociales. Hace unos años estuvo okupado y luego la propiedad puso una chapa gruesa para que no se volviese a entrar. No tiene pinta de que lo vayan a reformar, porque hace mucho que no vemos a alguien que entre. Llevo algunos años aquí y, antes de los okupas, ya llevaba tiempo deshabitado», explica Jordi. Vive enfrente del demacrado edificio, al otro lado de la explanada que, tras el derribo de unos bloques, se apodó El forat de la vergonya. La vecindad rehúye la etiqueta, que remite a la aguerrida oposición a los planes del Ayuntamiento de la Barcelona postolímpica, pero siente que ha adquirido tintes estigmatizadores.
Las palomas llevan toda la mañana penetrando por las rendijas de la fachada maltrecha y saliendo por ellas. «Son ratas con alas. El Pou de la Figuera está lleno. También hay ratas en el edificio pero, al estar al otro lado de la plaza, no me afecta. Para los vecinos, es un foco de problemas, no sé si de enfermedades. Tiene que ser bastante horroroso lo que hay ahí dentro», intuye Jordi.
Problema de salud pública
Otro vecino del barrio, también llamado Jordi, observa a pie de calle el vaivén de los pájaros que se han enseñoreado de la finca.
«Es un problema grave de salud pública. Un nido de porquería. Hace muchísimo tiempo que está vacío. Los propietarios están esperando para reformar a que la gentrificación y la especulación hagan subir los precios de los pisos. No puede ser que el estado de conservación sea éste y, lo más importante, que las viviendas no se habiten», opina.
Requerimientos
El Ayuntamiento de Barcelona confirma que el inmueble es de propiedad privada. Asegura que ha enviado «muchos requerimientos» al titular desde diferentes estamentos municipales y redacta un informe al respecto, sin concretar más por el momento.
El bloque está flanqueado por otros dos habitados y muchos más presentables en la calle dels Metges, una de las que rodean el Pou de la Figuera. Los vecinos de un lado y otro apenas expresan malestar por la finca en desuso.
«El problema fue cuando hubo okupas, hará cosa de cinco años. Nos pincharon la luz a través del aire acondicionado. No estuvieron muchos meses, pero se hizo eterno. Fue una época dura», recuerda un habitante de la escalera adyacente, que prefiere guardar anonimato. En el muro, se adivina aún un grafiti con el símbolo squatter y un lema ya borroso contra la «enfermedad inmobiliaria».
El vecino afirma que, tras el desalojo, la propiedad derribó parte de las plantas interiores «para que no se volviera a meter gente». «Solo dejaron la fachada y la estructura. Ahora está perfecto así. No hay ruido ni tenemos queja. ¿Si molestan las palomas? Qué va, si es súper tranquilo… Me molestan más las gaviotas», confiesa.
«La imagen del barrio»
«No nos ha afectado en la vida cotidiana, pero sí afecta a la imagen del barrio», percibe Carlos, residente en la misma comunidad.
El otro edificio colindante al que está desierto se ha remodelado para alquileres de corta estancia, comentan en la zona. Ahí abundan los extranjeros de paso. Hay moradores que dicen no saber y otros que responden no sentir molestia alguna.
Oriol, instalado en los bajos, sí se queja: «Al mes de llegar, ya teníamos humedades. Supongo que es por el bloque abandonado. Llegamos hace dos años y ya estaba así. El Ayuntamiento de Barcelona debería revisarlo».
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Se trata de una propiedad privada a la que el ayuntamiento ha enviado avisos