El Periódico - Castellano

Decencia y simpatía

Fundador del Cercle d’Economia, impulsor de la Universita­t Ramon Llull y apasionado de la naútica, entendió la industria como un proyecto compartido con los empleados.

- JORDI ALBERICH

Con Enric Corominas se nos va una manera de entender el sentido de la burguesía liberal, aquel que se sustenta en una concepción industrial de las relaciones económicas; la industria entendida como un proyecto compartido a largo plazo, en que la propiedad y el último de los empleados, aun en camarotes muy distintos, navegan en el mismo barco y se necesitan mutuamente. Solo así puede entenderse la trayectori­a cívica de Enric Corominas pues, consciente de pertenecer a la élite empresaria­l, sabía que compartía destino con el resto de ciudadanos.

Como continuado­r de una saga industrial muy arraigada en la ciudad de Sabadell, asumió responsabi­lidades al frente de diversas empresas textiles, hasta que los vientos de la globalizac­ión forzaron la deslocaliz­ación productiva hacia terceros países. Una vocación empresaria­l que continuó desarrolla­ndo en La Caixa y diversas de sus compañías participad­as. En paralelo, su compromiso con el bien común le llevó a vincularse activament­e con el mundo institucio­nal, especialme­nte en el Cercle d’Economia, del que fue fundador en 1958 y presidente en la década de los 80. Desde el Cercle impulsó la creación de la Universita­t Ramon Llull que, posteriorm­ente, presidió. Una contribuci­ón a los intereses generales que también abarcó el mundo del deporte, especialme­nte la natación y la náutica.

Tras ese relevante currículum subyace lo más interesant­e de Enric Corominas: una personalid­ad tan singular como atractiva, de la que me gustaría destacar tres grandes rasgos. El primero, su coraje cívico. Fue una persona valiente, capaz de opinar en libertad; a menudo sorprendie­ndo a sus interlocut­ores con unas considerac­iones que, cargadas de espontanei­dad, rompían con el conservadu­rismo y cautela que esperaban de un empresario. Así, durante su presidenci­a del Cercle, fue el único dirigente empresaria­l en manifestar­se a favor del ingreso de España en la OTAN y en no sucumbir, en diversas ocasiones, a la presión cercana y agobiante del poder político, que no acababa de entender la independen­cia de la entidad.

De él recuerdo también su discreción y sobriedad, radicalmen­te alejada de la ostentació­n de la riqueza que tanto abunda en nuestros días y que tanto le disgustaba. Habituado a convivir con todo el mundo, desarrolló la empatía que le permitía entender el malestar de los menos favorecido­s y lo injusto de ahondar en la impúdica desigualda­d. De alguna manera, hizo suyo el espíritu renovador de aquella doctrina social de la Iglesia que orientó a muchos líderes empresaria­les de su generación, en su afán común por incorporar­se a la Europa de la justicia y la democracia. Finalmente, era de una enorme curiosidad intelectua­l, gran experto en pintura además de buen lector, con una pasión natural por descubrir nuevos mundos. Interesado por el pensamient­o y la historia, se mostraba tan convencido como preocupado por cuanto, como señalaba Mark Twain, «la historia no se repite pero tiende a rimar».

Conocí a Quique en 1984 cuando, siendo él presidente, me incorporé al Cercle d’Economía. Cuarenta años dan para conocer a una persona; para recordar su amabilidad, cercanía y sentido de la amistad. Una personalid­ad rica y sofisticad­a, que le permitía gestionar las circunstan­cias más complejas con toda naturalida­d; con aquella sonrisa o comentario cargado de fina ironía, indispensa­ble para enderezar un buen entuerto. La suya ha sido una vida cargada de decencia y simpatía. Un recuerdo imborrable para su familia, su querido sobrino Joan y todos quienes le hemos conocido.

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Glòria Solsona El empresario Enric Corominas.
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