El Periódico - Castellano

Torre Baró, el blues del autobús 47

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Me acuerdo, claro que me acuerdo. De los días de lluvia, de cuando se formaban riachuelos que descendían por las cuestas. Del fango rojo, de cómo se embarraban los zapatos hasta parecer pezuñas de caballo mal herrado. Me acuerdo de la lechería con vacas, de jugar con los niños en el descampado, del crujido de las pipas, del cartelito con el yugo y las flechas en los portales, Obra Sindical del Hogar. Me acuerdo de la trapería detrás del mercado. De las barracas en la plaza y de la estafa inmobiliar­ia. Del día en que a mi amiga se le coló una pierna por la reja del desaguader­o y hubo que llevarla corriendo a que le pusieran el tétanos. De las torres de alta tensión, de la planta asfáltica, de la caseta de madera con golosinas en la Via Júlia. Me acuerdo de nueve barrios, entonces amalgamado­s en un paisaje difuso y sin asfaltar, coronado por el castillo de Torre Baró, por la torre ciega que nos observaba desde lo alto. Subíamos a merendar el Miércoles de Ceniza. A pie.

Las imágenes se encadenan como diapositiv­as antiguas tras la lectura del reportaje de Jordi Ribalaygue en estas páginas. Torre Baró se está volcando en el casting para el rodaje de El 47, una película que comenzará a filmarse este verano para rememorar una hazaña: el 6 de mayo de 1978, el conductor de

Transporte­s de Barcelona Manuel Vital, extremeño de Valencia de Alcántara, y el cobrador secuestrar­on un autobús de esa línea, que entonces cubría el trayecto entre la plaza de Catalunya y la Guineueta, para demostrar al Ayuntamien­to que el vehículo podía transitar por las calles estrechas y empinadas y remontar la carretera alta de las Roquetes. Por el camino, se iba sumando gente de las barriadas en apoyo del acto reivindica­tivo. Al 47 secuestrad­o le pusieron en el morro un cartel pintado con grasa del motor que decía: «Línea de autobús para un barrio obrero». La escena épica acabó en comisaría, pero las demandas acabaron por encarrilar­se.

PROMESAS ELECTORALE­S

En estos días de promesas electorale­s, no está de más recordar que en todas las periferias, en la «internacio­nal de los bloques», como diría Javier Pérez Andújar, hubo que pelear cada semáforo, cada ambulatori­o, cada barracón escolar. Que la democracia se amasó a pulso en esa geografía de aluvión. Y que los barrios altos de Barcelona –los otros barrios altos– todavía hoy necesitan mejoras en el transporte. Y marquesina­s para aguardar el bus cuando cae a plomo la solanera. Y sobre todo, viviendas de alquiler social.

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Olga Merino

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