A Marc Giró le okupan el piso y se enamora del okupa
Esta semana Marc Giró (LateXou, TVE), en su monólogo inicial, nos ha contado una historia sorprendente. Resulta que hace unas semanas, al llegar a casa, se encontró con un okupa que se había instalado en su piso. Vestía humildemente. Era joven, bien plantado, atractivo. Marc le dijo que hiciera el favor de marcharse, pero el okupa le advirtió que había preparado cena para dos, además de limpiar la cocina, poner la lavadora de la ropa sucia y sacarle los perritos a pasear. Ante este panorama, evidentemente, cenaron juntos. Y al concluir, Marc acabó acostándose con él.
«Es muy mono, está fibrado y yo no soy de piedra» confesaba, y añadía: «Hicimos el amor, ¡tres veces seguidas! ¡Tres orgasmos! ¡Una maravilla!». A la mañana siguiente, el okupa le llevó a Marc el desayuno a la cama. Y así ha ido conformándose un clima muy pintoresco en aquel pisito. El propietario y el okupador viven una rara felicidad circunstancial, probablemente inestable, y no sabemos cuánto va a durar el asunto. ¡Ah! El monólogo televisivo, construido con imaginación, chispa humorística, y un punto de surrealismo, es un arte. Raramente se consigue. Esta vez, con Marc Giró, sí.
Hoy muchas de las estrellitas de la tele que tienen programa –de entretenimiento sobre todo– se empeñan en hacer su monologuito. En realidad, son posicionamientos seudopolíticos para darse pisto. Creen que ganan prestigio. No importa que sus programas sean adocenada espuma o barbacoas de vísceras humanas en vivo. De pronto ejecutan su impostura, su falsedad, y se hacen la ilusión de que adquieren un status superior en su oficio.
El monólogo es otra cosa. Uno de mis monologuistas preferidos, de los de verdad, es Godoy. Él prefiere llamarse a sí mismo charlista. Hace tiempo que no le veo en la tele. Solía comenzar diciendo: «He fracasado tanto en mi vida que infundo respeto». La frase tiene miga. Otro de los grandes fue René Lavand, tristemente fallecido, en 2015, en la ciudad argentina de Tandil. Era manco de la mano derecha y no obstante sublime prestidigitador ilusionista. Manejaba el mazo de cartas con la izquierda. Era un prodigio. Y mientras hacía sus maravillas, iba contando historias con una retranca, una finezza y una profundidad que dejaba pasmado al público. Decía: «Solo quise añadir belleza al asombro». Hoy le agradezco a Marc Giró su monólogo del okupa. Una estimable rareza televisiva.
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