Quiero dar envidia por ser de aquí
Tengo más de 50 años. He sido testigo de los más increíbles avances en derechos y libertades, siempre de la mano de gobiernos progresistas, pero también he visto crecer y cambiar a un país entero. En paralelo, desde Barcelona, mi ciudad, he contemplado la total y radical transformación de una ciudad gris, triste y cerrada al mar, a otra con luz propia. Una revolución no solo arquitectónica y urbanística, ni tan siquiera la Barcelona del diseño, la creación, la innovación, la modernidad y el empuje. Hablo de la revolución del pensamiento, la apertura de la mente, la eclosión del arte y la cultura, de la tolerancia y el respeto, abriéndonos a visitantes y nuevos ciudadanos venidos de España, Europa y el mundo.
He visto crecer a una ciudad orgullosa de sus logros, de su imagen, de su historia, de su arquitectura; que rebosaba alegría y optimismo; que despertaba curiosidad y envidia. Una ciudad que, tras los JJOO, provocó que en cualquier lugar del mundo te admiraran por ser de aquí. Por mi trabajo, solía escuchar una frase parecida a esta: «Me encanta ese punto moderno y diferente que tenéis los catalanes». Y eso me hacía sentir orgulloso de mi ciudad.
Hoy seguimos teniendo una ciudad que enamora, preciosa, que apetece, pero que ha perdido aquella fuerza arrolladora que nacía de un impulso transversal. Aún así, mantiene el potencial, el atractivo y tiene buenas bases para regresar. Barcelona necesita de nuevo creer en sí misma. Desde el corazón, desde la razón, desde el íntimo deseo de recuperar algo importante: la gratificante sensación de ser envidiado por ser de Barcelona.