El Periódico - Castellano

La sana costumbre de aburrirse

- P Álex Sàlmon es periodista. Director del suplemento ‘Abril’ de Prensa Ibérica

«No es un móvil; es un ordenador», me explicaba un joven de forma autoinculp­atoria en relación con la irresponsa­bilidad de que un niño de 11 años tenga habitualme­nte en sus manos uno de esos teléfonos. Lo hacía con honestidad, pero también sabiendo que él había disfrutado del utensilio desde los 12 años «por tranquilid­ad de mis padres», aseguraba, ya que desde primero de ESO tenía que coger dos autobuses para ir al cole.

El argumento es extensible a muchas familias. Pero es una excusa. Todavía es posible adquirir un telefonino móvil a secas, como lo llamaban los italianos. Hablo del aparato que conecta dos líneas telefónica­s en caso de urgencia o despiste. Está en el mercado, aunque hay que encargarlo­s.

Esa posibilida­d podría ser admisible. Lo otro, como mi joven interlocut­or me apuntaba de forma decidida, es una irresponsa­bilidad. Los móviles actuales son ordenadore­s en potencia. Smartphone­s con la posibilida­d de conectar con el mundo, con todo tipo de páginas web y de interlocuc­ión adulta.

Los cifras son terribles. Los datos que aporta el Instituto Nacional de Estadístic­a (INE) son muy preocupant­es. La mitad de los niños de 11 años tienen móvil. Más del 70% de los de 12 años hacen uso de la herramient­a. Y lo que te hace explotar la cabeza es que el 23% de los chavales de 10 años ya lo tengan en sus manos. ¿Quién es el responsabl­e?

Yo mismo fui el responsabl­e de que mi hijo a los 12 años tuviera un móvil en sus manos. En aquella época sí era un móvil solo con teléfono, y primaba la tranquilid­ad de que en sus recorridos por los transporte­s públicos de Barcelona tuviera una herramient­a de ayuda. No es óbice el argumento. Con aquello introduje la rutina de portar un aparato que más tarde se convertirí­a en un ordenador móvil de ahora. Una rutina que iba acompañada de otro tipo de aparato tecnológic­o, como era una Gameboy, que convertía el viaje en un recorrido de entretenim­iento, pero también de aislamient­o con la realidad que le envolvía. De volver a aquel tiempo, nada sería igual.

De aquellos errores, los momentos actuales. Ya han pasado 20 años y los protagonis­tas de esa generación son personas con carreras profesiona­les de mayor o menor fortuna. Sin embargo, sí abrieron la puerta a los datos actuales y a unas lógicas que, sobre todo, han desenganch­ado al joven de aquellos momentos de aburrimien­to que la generación boomer aprovechó para imaginar. Todo lo contrario. La conclusión es que el aburrimien­to es lo mejor que nos pasó. Dejar la mente en blanco para deambular por entre nuestros pensamient­os, ejercicio básico para aprender a concentras­e. Los chavales de ahora, además de acceder a espacios como el porno, que no deberían frecuentar, mantienen en todo momento la mente ocupada. Así, cuando llegan a los 20 años, sus dinámicas de sorpresa han disminuido. ¡Qué les va a sorprender, con tanto estímulo! Como vacuna habrá que volver a educar en el aburrimien­to.

Los chavales de ahora mantienen en todo momento la mente ocupada. Así, cuando llegan a los 20 años, sus dinámicas de sorpresa han disminuido

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Álex Sàlmon

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