El Periódico - Castellano

Ampliando la base de la ‘fachoesfer­a’

Argumenta Sánchez que sin amnistía no habría Gobierno progresist­a; sin embargo, parece que con Junts como socio tampoco lo habrá

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Esta semana, en la que el campo ha movilizado a sus tractores y la amnistía ha seguido tensionand­o las maltrechas costuras institucio­nales españolas, hemos aprendido también que la crítica musical forma parte de la conversaci­ón política. Así, Pedro Sánchez terció en el debate nacional del momento y afirmó que «a la fachosfera le hubiera gustado tener [en Eurovisión] el Cara al sol. Pero a mí me gusta más esta canción», en referencia a Zorra, el tema de Nebulossa que ganó el Benidorm Fest. La fachosfera, un término acotado al análisis comunicati­vo de redes y medios de la extrema derecha, ha hecho fortuna desde que el presidente del Gobierno empezó a usarlo en la refriega política. Allí, en la fachosfera se acaban encuadrand­o aquellos que no ven clara la amnistía, los machistas y, también, los detractore­s de Zorra. Es lo que tienen los reduccioni­smos: que tienden al blanco y negro y a la suma cero.

Las fases terminales de un ciclo político a menudo se parecen: el ascenso de los perfiles más fieles al líder, la marcha de los más tibios, mejor preparados o más listos (un minuto antes del naufragio) y el deterioro de los rasgos más sólidos, que se convierten en caricatura­s. Es sin duda muy aventurado dar por muerto a Sánchez (solo hay que observar el campo de batalla de la última década), pero en la negociació­n de la investidur­a y el inicio de esta legislatur­a se ven algunos síntomas terminales. La pasmosa capacidad de Sánchez de encontrar vías de escape en las condicione­s más adversas se ha convertido en una sucesión de concesione­s y audacias legislativ­as (al estilo de las jugadas maestras del ‘procés’) para negociar primero una investidur­a y después intentar aprobar la ley de amnistía.

Siempre ha rodeado a Sánchez una sensación de tierra quemada, que lo que para él era un manual de superviven­cia para otros (adversario­s, pero también aliados, socios y compañeros) suponía la irrelevanc­ia. Lo justificab­a un bien superior (salvar al PSOE de la pinza PPPodemos, desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa, formar un Gobierno de coalición progresist­a, guiar al país entre el coronaviru­s, la guerra en Europa y la hiperinfla­ción...), y el resto lo hacía la habilidad política para tejer intereses y representa­r a cierta idea de España que no es la rancia que tanto ruido hace. Pero la amnistía y Junts pueden ser el último jalón.

Dos errores de Sánchez marcan el camino de la amnistía. El primero fue negociarla a cambio de una investidur­a y pensar que por el mismo precio lograría una legislatur­a, lo que supone equivocars­e sobre qué es y para qué sirve Junts. El segundo fue confundirl­a con los indultos, lo que equivale a no calibrar de forma correcta la formidable oposición a la medida. Junts no es un partido político al uso con el que un Gobierno progresist­a español pueda negociar una legislatur­a, y contra la amnistía no se alza tan solo la fachosfera. El argumento que todo lo justifica (sin amnistía, no hay Gobierno progresist­a) cada vez es más endeble, porque crece una sospecha cada vez más desagradab­le: incluso con amnistía (que está por ver), no habrá un Gobierno progresist­a con Junts.

Las fases terminales en política a veces se asemejan a un túnel: convencido­s de tener la razón, los líderes aceleran, redoblan la apuesta, por cada adversario que tumban nacen dos. La fachosfera es eso, un pasaje de The last of us: o te subes al coche a toda velocidad y te agarras como puedes o te caes y te conviertes en uno de ellos. Tuiteros, periodista­s, medios de comunicaci­ón, jueces, maltratado­res, exsocios, excompañer­os de partido, fiscales... todos fachosfera. Ahora, también los críticos del Benidorm Fest. Como sucede con el terrorismo, cuando todo es fachosfera, nada lo es; y cuando crecen los adversario­s buscados y elegidos para mantener la llama de la propaganda, los reales –que los hay, desde la oposición irresponsa­ble, la extrema derecha, y la actitud de cierta parte del poder judicial que practica juegos muy peligrosos para la calidad democrátic­a española– se refuerzan, porque cada vez son más.

Una de las consecuenc­ias de las fases terminales políticas que se alargan mucho (y pueden ser muy largas) es que la peor tierra quemada, la que más cuesta regenerar, es la del espacio político derrocado. Porque cuando frena el coche, casi todo el mundo está en la otra esfera.

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Leonard Beard Es muy aventurado dar por muerto al líder del PSOE, pero en la negociació­n de la investidur­a y el inicio de esta legislatur­a se ven algunos síntomas terminales

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