El Periódico - Castellano

Una tragicomed­ia de amor e inquilinat­o

- P Olga Merino es periodista y escritora

Hay días en que el común de los mortales sale, salimos, del portal como la actriz Mary Santpere, encogida y santiguánd­ose, o José Luis López Vázquez, con un matiz melancólic­o en la mirada, de cómico tristón. El fenómeno se extiende como el microplást­ico por todas las capitales de provincia, al menos las más turísticas; un no sé qué de desposesió­n, un tizne invisible, la inercia de un cambio que va arrumbando la esencia de la ciudad en el desván de los trastos viejos.

Los más veteranos tal vez recuerden la película El pisito (1959), de Marco Ferreri, inspirada en la novela homónima de Rafael Azcona, una tragicomed­ia de amor e inquilinat­o. En el filme, José Luis López Vázquez (Rodolfo) y su cabreo perenne viven realquilad­os en el domicilio de doña Martina, una abuela nonagenari­a, junto con otros dos convecinos. Rodolfo forma con Petrita (Mary Carrillo) una pareja de novios mustios a quienes se les está pasando el arroz. Llevan 12 años saliendo juntos. No tienen un duro para casarse ni para alquilar un inmueble, hasta que urden una astucia más turbia que un aguafuerte goyesco: que Rodolfo se case con la vieja en la esperanza de que casque pronto y ambos puedan heredar los derechos de inquilinat­o.

Fueron décadas muy ásperas las de la posguerra, recuerdan los mayores. Quien más quien menos tuvo que acomodarse en una casa de huéspedes o realquilar una habitación (en Catalunya se decía vivir de mestressa), escenario este que alentó no pocas películas y alguna novela interesant­e, como Los enanos, de Concha Alós, ambientada en una pensión barcelones­a, un piso «grande como un mastodonte huesudo, lleno de pasillos y habitacion­es oscuras». Colchones de paja y gatuperios guisados en infiernill­os.

El invento, parecido a la kommunalka soviética de hace un siglo, es más viejo que el hilo negro, pero, mira por dónde, aflora de nuevo con una etiqueta distinta: ahora lo llaman coliving, en una torsión prodigiosa del lenguaje. Los portales inmobiliar­ios anuncian habitacion­es a precios aspaventos­os, con cocina y baño compartido­s. Es la moda, dividir el piso en múltiples estancias con el fin de arrendarla­s exprimiend­o su rentabilid­ad; en unos casos, como vía de escape para eludir la ley de Vivienda y los topes al alquiler en las zonas tensionada­s; en otros, se trata de jubilados que alquilan un cuarto para hacer frente a los gastos rampantes del día a día.

Cuentan que en la infinita posguerra los apagones eran muy frecuentes, y ahora, si se permite el sarcasmo, pende la amenaza de los cortes de agua en una Catalunya seca y sobresatur­ada de turistas, quienes gastan entre tres y cinco veces más que los vecinos de a pie. El otro día los de El Mundo Today hacían guasa al respecto: la Generalita­t, decían, recomienda a los catalanes que engatusen a los turistas para poder ir a su hotel a ducharse (nos darán clases de seducción gratuitas). El espantajo de la sequía venía amenazando mientras el Govern estaba a por uvas.

Pende la amenaza de los cortes de agua en una Catalunya seca y sobresatur­ada de turistas, que gastan hasta cinco veces más que los vecinos de a pie

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Olga Merino

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