El Periódico - Castellano

El dulce dolor de lo platónico

- JUAN MANUEL FREIRE Juan Manuel Freire es crítico

La primera adaptación a la pantalla de Siempre el mismo día, querida novela de David Nicholls de 2009, vino escrita por el propio autor del libro, pero hubo bastante consenso en que no era lo mismo.

Trece años después de la película, llega la versión en formato de serie, uno mucho más adecuado para una historia así de episódica. Recordemos que el título del libro respondía a la ingeniosa elección estructura­l de Nicholls: ir visitando a los protagonis­tas siempre el mismo día, el 15 de julio, a lo largo de dos décadas, e investigar por qué esas dos personas no saben dejar de pensar la una en la otra y, sin embargo, no acaban de tener la vida conjunta que se merecen.

El primer día es, en realidad, una noche: la del 15 de julio de 1988, cuando Dexter Mayhew (Leo Woodall) y Emma Morley (Ambika Mod, revelación de Esto te va a doler) cruzan sus caminos por primera vez en el baile de graduación de la Universida­d de Edimburgo. En principio, Dex y Em no tienen mucho que ver, pero eso solo hace que su rivalidad dialéctica les resulte más excitante. Él es un niño bien cuyo único plan inmediato es viajar. Ella, de clase obrera, es mucho mejor estudiante y planea cambiar, si no el mundo, sí al menos la pequeña parte que le ha tocado ocupar.

Tras ese (no) lío de una noche, les seguimos en el mismo día de años posteriore­s, cada 15 de julio, día de St. Swithin. Al chico nacido con un pan debajo del brazo le llueven oportunida­des

como presentado­r televisivo; ella encadena trabajos poco agradecido­s mientras trata en vano de progresar como escritora. Las grandes esperanzas de juventud se diluyen en la realidad. Todo podría ser mejor si dejaran de autoboicot­earse como potencial pareja, pero ¿no significar­ía eso renunciar al dulce dolor de lo platónico?

El equipo creativo y el reparto de Siempre el mismo día saben explorar con delicadeza, con la emoción que faltaba en la película, una historia de amistad ambigua y cruel, en la que no se suele decir lo adecuado en el momento adecuado. Que la serie superaría a la película se veía venir: su creadora es Nicole Taylor, guionista de La infamia, aquí apoyada por Molly Manners, directora de la segunda temporada de In my skin. Los diálogos mejoran capítulo a capítulo y el cierto frenesí narrativo (o de canciones) va dando paso a algo muy parecido a la comedia dramática romántica perfecta.

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