El Periódico - Castellano

Una rubia abuela católica manda en Stormont

- POR JOSEP MARIA FONALLERAS

Hay una ocurrencia que se explica en Irlanda del Norte para entender el significad­o del Ejecutivo Autónomo, nacido de los pactos históricos de aquel histórico Viernes Santo de 1998, cuando se firmaron los acuerdos que permitían empezar a dibujar un punto y final en el conflicto entre católicos y protestant­es, más de 30 años de luchas, atentados y represión, vileza y suciedad moral, con más de 3500 muertos. Dicen que el First Minister (que podríamos traducir como ministro principal) no puede enviar ni una triste carta si no la firma conjuntame­nte con el Deputy First Minister (el viceminist­ro principal). Es decir, el Gobierno del Ulster (el de los seis condados que forman parte de Gran Bretaña) es, sobre todo, un organismo prácticame­nte paritario que responde más a las necesidade­s de equilibrio histórico que a las circunstan­cias electorale­s del momento. Sin embargo, la figura del First Minister arrastra una cierta carga simbólica que no se puede despreciar.

Republican­a y católica

Hasta ahora, todos los líderes del Ejecutivo habían sido unionistas. Por primera vez, la semana pasada, el parlamento de Stormont nombró a una mujer republican­a, católica, por supuesto, y vicepresid­enta del Sinn Féin, como First Minister. Un nombramien­to solo simbólico, si se quiere ver así, es decir, sin la carga política que tendría en otros lugares, pero justamente y sobre todo simbólico, es decir, que ejemplific­a un cambio radical en el panorama reciente de Irlanda del Norte. Como dijo la presidenta del Sinn Féin, Mary Lou McDonald, «en términos históricos, ahora tenemos la unificació­n de Irlanda al alcance de la mano, muy cerca». Quizá no sea tan evidente, porque, entre otras cosas, una parte destacada de los irlandeses no ven clara la incorporac­ión del norte de Irlanda a la república (más que nada por cuestiones económicas) y solo un 30% de los norirlande­ses dirían que sí en un referéndum que, por otra parte, un 59% de la población estaría dispuesto a promover. En cualquier caso, que un miembro del Sinn Féin mande en Stormont es un acontecimi­ento singular, inaudito.

No he hablado todavía de Michelle O’Neill. Hay detalles, en su biografía y en sus actuacione­s recientes, que pueden ayudar a explicar por qué ahora es Ministra Principal. En 2010, siendo alcaldesa de Dungannon, en el condado de Tyrone donde se crio, presidió un homenaje a Martin McCaughey, exconcejal del pueblo y militante del IRA abatido por los militares. Era un amigo de su familia. El padre de Michelle, Brendan Doris (alias Basil), también fue del IRA y estuvo encarcelad­o. Dos primos suyos murieron a manos de los británicos. En 2022, en una entrevista en la BBC, afirmó que no creía que ningún irlandés despertara pensando que el conflicto era una buena idea, «pero la guerra vino». Y añadió: «Pienso que en ese momento no había alternativ­a a la lucha armada; por suerte, después de los acuerdos del Viernes Santo, sí la hay».

O’Neill entró en el Sinn Féin justo después de ese pacto memorable. Tenía 21 años y ya era madre (soltera) desde los 16, una circunstan­cia que la marcó y por la que sufrió acoso (no olvidemos el trasfondo católico conservado­r irlandés) en el St. Patrick’s Girls Academy. Con la ayuda de la familia, continuó con los estudios y comenzó, de la mano de su padre, una carrera política que culminó como sucesora de Martin McGuinness, uno de los históricos militantes del IRA. Ahora, a sus 47 años, ya es abuela. «Ser madre tan pronto me hizo ser una mujer más fuerte», ha dicho.

El otro detalle es que un mes después de haber justificad­o la existencia del Ejército Republican­o, asistió a los funerales de Isabel II y a la entronizac­ión de Carlos III. Lo justificó así: «Estamos viviendo tiempos cambiantes». Más aún. En la toma de posesión como First Minister se ha comprometi­do a colaborar «con los colegas del unionismo británico» y ha hablado de Irlanda del Norte y no del norte de Irlanda, casi un sacrilegio para los viejos republican­os.

O’Neill ha sido atacada por su aspecto pulcro («me critican porque llevo las cejas perfiladas») y por su apariencia de señora arreglada: «Siempre lleva el pelo perfecto y el maquillaje adecuado», dijo su rival protestant­e. «¿Cómo la definiría como persona? Es rubia». Ha hecho frente a un alud de misoginia. Derogó la ley que prohibía que los homosexual­es donaran sangre, ha trabajado a favor del derecho al aborto y ha luchado por una sanidad más justa. Se levanta cada día a las seis y asiste a clases de gimnasia. Nunca ha pertenecid­o al IRA.

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Paul Faith / AFP O’Neill llega al Parlamento el pasado día 3, cuando fue investida primera ministra.
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