Escombros emocionales
José Luis Correa presenta en el festival de novela negra ‘Un arpegio de lluvia en el cristal’, el caso número 14 protagonizado por su ‘alter ego’, el detective canario Ricardo Blanco. Ambientada justo tras el confinamiento de 2020, respira el miedo y el desconcierto generado por la pandemia.
Malos tiempos para «las tres emes: moro, mujer y maricón», se lee en las páginas de Un arpegio de lluvia en el cristal (Alba Editorial), la novela número 14 protagonizada por el veterano detective Ricardo Blanco, alter ego de José Luis Correa, en la que no descarta la pista homófoba en el asesinato en su casa de un querido y respetado matrimonio homosexual. «Estamos viendo cómo cierta política muy peligrosa arrincona a determinada parte de la sociedad: los homosexuales porque lo son, las mujeres ahora son feminazis y los inmigrantes son violadores y nos quitan el trabajo. Estamos volviendo a las catacumbas», lamenta en alusión a la ultraderecha el escritor canario, que participa en el festival BCNegra, que hoy culmina una semana de literatura negrocriminal en Barcelona.
«En mis libros siempre he hecho crítica social y mostrado mi rabia por las injusticias. Utilizo el crimen para contar lo que me interesa y me preocupa, pero esta es mi novela más política e ideológica, un intento de entender este mundo polarizado en que nos encontramos. Creo que eso le habría gustado a Alexis Ravelo», comenta Correa (Las Palmas, 1962) en homenaje al también escritor canario, fallecido hace un año, al que dedica el libro y lanza guiños.
Su anterior novela, La estación enjaulada, transcurría en los días previos al 13 de marzo de 2020, justo antes del confinamiento del covid. Y Un arpegio de lluvia en el cristal empieza justo después, en junio. Se respira la muerte. «Tiene un tono más brumoso, melancólico y nostálgico, consecuencia de la pandemia que nos tocó vivir. ¡Y nos decían que nuestra generación no iba a vivir pandemias ni guerras! Es una reflexión sobre lo que perdimos, una novela de escombros emocionales y literarios, del desengaño, el miedo y el desconcierto, en la que estamos recogiendo los pedacitos y recomponiéndonos. Todos perdimos gente, hace tres días y parece que ya hemos olvidado los mil muertos diarios, lo atroz que fue. Nos dieron un bofetón, nos recordó que somos mortales, que no somos nada ante un virus», recalca.
Toda esa angustia la vehicula Correa a través de Ricardo Blanco. «Es una voz genial para denunciar lo que quiero denunciar. Es un tipo en la sombra que se plantea lo mismo que yo, se asombra como yo y tiene mis mismos miedos. Aunque él se enfrente a muertes y malvados y a cuchillos que salen a pasear», señala sobre su personaje, al que no tiene intención de jubilar (ya trabaja en la próxima novela). «Ambos nos hacemos mayores. Él ya no es un héroe inmortal ni invencible y tiene sus miedos. Le inoculo mi propia sensación de vivir en un mundo que ya no entiendes, un mundo que te lo han cambiado tanto que ya no lo reconoces. Un mundo de las redes, donde han desaparecido los valores con los que crecimos, donde ya no cuentan contigo. Un mundo para gente más joven con unas ideas en las que no crees. Esta novela también habla de eso», se sincera Correa haciendo patente su «desconcierto ante la violencia sexual de los pibes, ante unos pibes hombres que dicen sentirse marginados por las mujeres que luchan por sus derechos o porque nos haga falta una ley para algo tan obvio como el sí es sí ».
«La política que arrincona a gays, mujeres e inmigrantes es muy peligrosa», opina
Perdedores y tristes
No faltan referencias al mundo de los influencers, que su detective de Las Palmas ya indagó en Las dos Amelias (2020). Aquí busca sospechosos en el entorno de las víctimas –un modisto y un escritor–, de su editora a un amigo poeta o un padre que, reflejo de una época, vio como «una maldición» que su hijo fuera gay. «Mis novelas se llenan de personajes perdedores, tirando a tristes, con pasados que parecen perseguirles. Y no son vertiginosas, sino más reposadas: no puedes correr porque te sales de la isla», bromea antes de apuntar que «uno puede entender que se mate por un arrebato, celos, envidia o venganza, pero el dinero es el motivo más cutre y burdo para pringarse».
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