El Madrid aplasta a un tierno Girona
No hubo partido en el Bernabéu porque el equipo de Ancelotti devoró con una contundencia demoledora al que era su rival en la Liga. Le metió cuatro goles en una hora, castigando la tibieza defensiva que sintetizó Yan Couto.
El Madrid aplastó a un desconocido Girona, un equipo que no compareció en el Bernabéu. Quedó arrastrado por la magia de Vinicius, las llegadas demoledoras de Bellinghan y las torpezas defensivas de Yan Couto, que apareció en los cuatro goles blancos, dos de ellos nacidos en pérdidas absurdas suyas. Provocó, además, un penalti, pero el lanzamiento de Joselu fue repelido por el poste derecho de Gazzaniga, evitando la manita.
No existió para el equipo del sancionado Míchel mayor castigo que no estar a la altura de lo que es, incapaz de aprovechar las tremendas bajas defensivas que angustiaban a Ancelotti. Era un anónimo e irreconocible Girona, que a la hora de partido había encajado la mayor goleada de la temporada. Se fue del gran partido sin un solo disparo a puerta, dejando un cruel guarismo (7-0) en el doble duelo con el Madrid: 0-3 en Montilivi y 4-0 en el Bernabéu.
Las lágrimas de Couto
Acabado el partido, que no existió para el Girona, lágrimas se escaparon por el rostro de Couto, asumiendo que había sido, tal vez, el peor partido de su vida. Y en el momento menos deseado. Estuvo en las cuatro fotos de los cuatro goles del Madrid. Y hasta provocó ese penalti que le hizo romperse emocionalmente. De tal manera rompió a llorar el lateral que se le acercaron sus compatriotras. Primero Savinho, su compañero; luego Vinicius, el extremo que le desnudó futbolísticamente, y Rodrygo. Todos querían arropar a Yan Couto, destrozado como quedó.
Al igual que el Girona, que empezó dominando el partido, al menos en los primeros cinco minutos. Pero era un señuelo que le había tendido el Madrid, que dibujó un partido perfecto. Te espero y te mato. Te dejo la pelota, la pierdes y te fulmino a campo abierto, aprovechando con precisión quirúrgica todos los errores, y fueron muchos, de la débil defensa del equipo de Míchel. A Ancelotti, en cambio, le sobró media hora de partido, una vez el Madrid había asestado un descomunal golpe de autoridad en la Liga.
Media hora que utilizó el técnico italiano para ir dando descanso a jugadores, mientras el enfado de Míchel aumentaba porque su equipo no tuvo respuestas ante el poderío del Madrid. Creía el Girona al inicio que estaba en Montilivi. Tenía el balón. Tenía el control. Al menos, en los primeros cinco minutos, pero aquella pérdida de Yan Couto con todos sus compañeros iniciando la fase ofensiva desencadenó el golazo de Vinicius, quien, tal vez, escaldado por el ruido de Mbappé, ese ruido que no cesa, se inventó un derechazo imponente.
Vini asiste; Bellingham marca
No había nada antes. Ni tampoco después. Antes, si acaso, ese error de Couto, pero a casi 60 metros del marco de Gazzaniga. Un latifundio por donde el Madrid cabalgó luego con toda la calma del mundo pillando con el pie cambiado al equi
po de Míchel, quien, como luego reconoció, se confundió en las horas previas. Y en ese fallo llegó el tanto de Vinicius. Un gol que era un monumento a la precisión. Y, al mismo tiempo, a la belleza. Así fueron cayendo, uno tras otro, hasta cuatro porque el Madrid, casi sin despeinarse, pasó por encima de un tierno Girona.
A Lunin, el meta del Madrid, se le vio más con los pies que con las manos. Las tenía en los bolsillos porque no recibió ni un solo disparo a puerta. Quiso el Girona jugar mirando a los ojos al líder, pero se topó con una versión espectacular del Madrid, donde Vinicius regateaba, Bellingham marcaba y la defensa, con Tchouaméni (central diestro) y Carvajal (central zurdo), no sufría ni un solo rasguño, prueba del aire inofensivo del Girona. Aunque, en realidad, el partido no existió porque el Madrid, en un impecable ejercicio de contundencia, se lo llevó por delante. Cuando se dio cuenta, estaba devorado.