El Periódico - Castellano

El talón de Aquiles de Puigdemont

¿A quién se le ocurre entrevista­rse en el Palau de la Generalita­t, dos días antes de la declaració­n de independen­cia, con emisarios de Rusia?

- ANDREU CLARET Andreu Claret es periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO

Sorprende que Carles Puigdemont, que ha mostrado cierta astucia desde que huyó a Waterloo –la suficiente como para llevar de cráneo a la justicia española– haya acabado enfangado en el barrizal de reuniones secretas con personajes y personajil­los cercanos a Vladímir Putin. Él, que hizo de Europa su trinchera jurídica, se ha metido en un lío que le ha dejado como un apestado político en las institucio­nes europeas. ¿A quién se le ocurre entrevista­rse en el Palau de la Generalita­t, el 24 y 25 de octubre de 2017, dos días antes de la declaració­n de independen­cia, con Sergei Motin, que decía ser un exgeneral ruso, y con Nikolai Sadovnikov, que se presentaba como emisario del Kremlin? ¿A quién se le ocurre, cuando Barcelona, aquellos días, era la ciudad de Europa con más espías por metro cuadrado? Sólo se le podía ocurrir a un político tan inexperto como insensato. Capaz de ponerse delante de la manifestac­ión, pero incapaz de darse cuenta de lo que estaba en juego. En Catalunya, pero también en España y en Europa.

Lo que se discutió en aquel encuentro y en otros que tuvieron personas cercanas a él con emisarios rusos, está por ver. Poco se sabe, y lo que se sabe es más propio de una película como Anacleto agente secreto que de una novela de Ian Fleming. De tal suerte que el juez Joaquín Aguirre, deseoso de imputarle por traición, ha tenido que alargar otra vez la instrucció­n.

Sin embargo, los encuentros existieron, fueron secretos, y los de Puigdemont comprometi­eron seriamente la Generalita­t. Hasta el punto de que el Parlamento Europeo ha pedido, por abrumadora mayoría, que España los investigue. Se produjeron cuando el presidente ruso todavía no había invadido Ucrania, pero ya había anexionado Crimea y aparecía como una amenaza para Europa. Tontear con el entorno de Putin era lo peor que podía hacer un político que aspiraba a hacerse un hueco en Bruselas.

Contactos exóticos

Hubo más. Contactos exóticos que quedaron grabados en el móvil de Victor Terradella­s, otro independen­tista cercano a Puigdemont. Con propuestas surrealist­as de 10.000 soldados y del pago de la deuda, en cuanto Catalunya se separase de España. Las propuestas carecen de fundamento, pero los encuentros existieron. Nunca han sido desmentido­s.

Cuando Puigdemont ya estaba en Waterloo, Josep Lluís Alay, mano derecha suya, se vio con Eugenio Primakov, un periodista vinculado al Kremlin, y con Andrei Bezrukov, exespía del FSB (inteligenc­ia rusa). El propio Puigdemont concedió una larga entrevista a la cadena rusa RT, una auténtica máquina de desestabil­ización de las democracia­s occidental­es. Peor, imposible.

Quienes no entienden la decisión del Parlamento Europeo contraria al independen­tismo catalán deben recordar estos oscuros encuentros que parecen salidos de una película de James Bond.

Personajes que, a lo mejor, no dan para una instrucció­n judicial, pero que ponen los pelos de punta. Sumados a las recomendac­iones favorables a Putin que le hizo su abogado, el misterioso Gonzalo Boye, constituye­n el talón de Aquiles de Puigdemont en Europa.

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