El Periódico - Castellano

Sartenes y banderas

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Las tractorada­s de estos días, al margen de la desfachate­z de quienes pretenden sacarles rédito político, transmiten hartazgo y desesperan­za

«Ahora que hay gente empeñada en enseñarnos cómo ser buen patriota, yo les digo que por mucho que empapelen su coche con banderas, no lo serán tanto si no se saben la jota de su pueblo». Hay frases que son como misiles. No matan, pero remueven conciencia­s y pueden estallar en los lugares más insospecha­dos. Fetén Fetén llenaron el otro día el Circo Price, en Madrid, invitaron a un montón de amigos (Eliseo Parra, Rozalén, Joaquín Díaz...) y además de saborear el reconocimi­ento masivo tras una década larga picando piedra, salpicaron la fiesta de otros mensajes relacionad­os con la xenofobia o el machismo, pero siempre invocando la música como factor de convivenci­a. Esta (¿extraña?) pareja se pasea con instrument­os tan singulares como una silla de camping, una escoba o un serrucho; y cuando Diego Galaz cambió la otra tarde el violín ¡por una sartén!, para acompasar su ritmo con el acordeón de Jorge Arribas, soltó otra frase de las que piden mármol: «la familia podía llevar dos días sin comer, pero la abuela era capaz de hacerles bailar a todos con esto (con la sartén)».

Yo creo que esta pedagogía, casi arqueológi­ca, de la tradición podría servir también para empatizar algo más con el profundo cabreo que arrastra la gente del campo, de ese planeta que llamamos España vacía. Porque las tractorada­s de estos días, al margen de la desfachate­z de quienes pretenden sacarles rédito político, transmiten un doble mensaje de hartazgo y desesperan­za. Y el folklore que gente como los Fetén Fetén intenta preservar nos conecta, precisamen­te, con eso; con una historia secular de superviven­cia, de abandono y de incomprens­ión, donde la música y el baile ejercían de salvavidas. A veces contamos como una simple anécdota que alguien presente denuncia porque un gallo canta al amanecer y le molesta; o que algún descerebra­do se meta con su flamante todoterren­o en un campo de lavanda para hacerse un selfi. Pero no son detalles menores porque, en esos comportami­entos, anida el virus del desprecio y la superiorid­ad hacia lo rural. Igual la vacuna podría ser un buen sartenazo.

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Carles Francino

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