El Periódico - Castellano

La caja de resonancia

El consumo de copas es determinan­te al apostar por un artista u otro, y que el rock o el metal propicien más consumo en las barras que el pop urbano puede alejar de estas salas al público joven y de billetera floja.

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Puede parecer que banalizo lo que ahora se conoce (presuntuos­amente) como experienci­a del directo, pero a veces las cosas se explican a partir de claves que pueden parecer tontorrona­s. A ver, en las programaci­ones de los clubs interviene­n muchas razones, pero una de ellas resulta ser ajena a aspectos artísticos o de actualidad o relevancia musical: es el riego de los surtidores de cerveza un factor determinan­te a la hora de acoger a un artista u otro.

Los conciertos en los clubs no suelen ser tan rentables por sí mismos como por el consumo de barra, por lo cual no es disparatad­o que tengan claros qué géneros musicales y qué audiencias son las que más propician el tintineo de la caja registrado­ra. Ahí, todos apuntan al rock, en general, y muy en particular a la clientela heavy, la más propensa a integrar el riego constante de cerveza en la dinámica del concierto. Y a hacerlo en modo cuadrilla, pidiendo las birras de tres en tres, o más. Doy fe (y dejo constanble al reclamo de los festivales y se teme que, entre una cosa y otra, acabe percibiend­o que la sala de conciertos es un lugar extraño, propio de boomers.

¿Deben intervenir las administra­ciones para compensar esa tendencia? Tal vez, si es que se entiende que los conciertos son cultura y que la sala de música en vivo es como una biblioteca o un centro de arte. Que no se puede dejar abandonada a su suerte, a los designios de una variable tan excéntrica como los hectolitro­s de cerveza que genere un tipo de programaci­ón u otro.

No sé si estamos tan convencido­s de que todo concierto es un acto cultural, y no una forma de entretenim­iento o de espectácul­o banal. ¿Lo estamos? Sea como sea, o defendemos algún tipo de intervenci­ón a favor de la música en vivo de pequeño formato, allá donde todo empieza, o mejor nos ahorramos el futurible vertido de lágrimas de cocodrilo.

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