«Decidíamos quién vivía y quién moría»
Muchos trabajadoras de residencias no olvidarán nunca los meses más duros de la pandemia. Morían los ancianos y no tenían medios ni ayuda alguna. «Lo que más me molestan es que nadie pague por ello», dice una.
Recordar aquellos meses le duele y le entrecorta la voz. «Pero más me molesta que hayan salido todos de rositas, que no pague nadie por todas esas muertes y ese dolor que vivimos... Dejaron morir a los ancianos en las residencias y seguimos como antes. ¡Nadie va a pagar por ello!», se queja Montserrat Herrera, coordinadora de limpieza de una residencia de Lleida. En su centro murieron 24 residentes durante el primer mes de la pandemia, el 30%.
Otros trabajadores que prefieren permanecer en el anonimato recuerdan que no pudieron trasladar a los ancianos enfermos al hospital y que escaseaban medios tan básicos para la supervivencia como las bombonas de oxígeno. Médicos Sin Fronteras, que ayudó a 200 geriátricos durante la pandemia, sostiene que se incurrió en la omisión de deber de asistencia. En cambio, el Parlament en su informe final sobre el tema concluye que hubo «errores» pero no señala a ningún responsable.
«Fue lo más horroroso que he vivido nunca», explica Herrera sobre lo vivido en el geriátrico durante el mes de abril de 2020. La dirección del centro, con más de 80 plazas, se esfumó. Las trabajadoras se quedaron solas ante el drama. «Se vulneraron muchos derechos humanos al dejarles abandonados, a los usuarios y a los trabajadores: no teníamos material ni nadie que respondiera, nos sentimos muy solas», sigue Herrera. Lamenta que solo tenían mascarillas quirúrgicas que usaban durante cuatro días seguidos, que no tenían material de autoprotección. «Nos hicimos epis con bolsas de basura».
El peor día, dice, fue uno de abril en el que murieron cuatro ancianos. «Me acuerdo de Andrés, José, Emilio, Paz... Eran personas de 70 años sin patologías, que les quedaba mucha vida por delante. Fue muy injusto. Y la diferencia entre nosotros y los hospitales es que aparte de no tener medios, nosotros conocíamos a estas personas y a su familia», explica.
Dolor acumulado
Y es que, según su relato, eran las trabajadoras del geriátrico las que tenían que decidir a quién salvaban y a quién no. «Es la realidad, nos tocaba clasificar a quién derivábamos. Había que dar oportunidad a quien podía salvarse», se sincera. De hecho, el dolor acumulado estalló meses después en un acto de homenaje a los muertos. «Nos negamos a que vinieran los directores», revela.
Otra auxiliar de un geriátrico en el área metropolitana recuerda lo difícil que era derivar a los enfermos al hospital. «Nos decían que no había sitio, que esperáramos y que hiciéramos cuidados paliativos. Nos dejaban sin oxígeno o nos daban una bombona para siete u ocho personas. Era increíble», se queja esta gerocultora. «Fue algo terrible», sigue esta mujer, que no puede olvidar lo mucho que tardaron en tener acceso al material de autoprotección.
Lo que más enerva a los trabajadores de las residencias es que nada ha cambiado. «Seguimos con las mismas ratios de atención y los sueldos bajísimos mientras los gestores se llenan los bolsillos». Las limpiadoras no llegan a los mil euros al mes. Y las gerocultoras, que se quedan a los 1.100 euros mensuales, deben atender a diez pacientes a la vez. ■